– ¡Qué asco, una cucaracha! ¡Toma pisotón!
– ¡Isabel, noooo!
– ¡No puede ser! ¡Ese bicho ha hablado! ¡Ha dicho mi nombre!
– ¡Soy yo, Gregorio!
– ¡Gre…Gregorio! ¿Eres tú, en serio?
– Sí, soy yo.
– ¿Cómo te has convertido en una cucaracha?
– Cuando te lo explique no te lo creerás.
– ¡Gregorio, estoy hablando con una cucaracha panza arriba, creo que podré creerme cualquier cosa que me cuentes!
– De acuerdo. Aquí va la terrible y sorprendente crónica de mi desgracia:
«Esta mañana, cuando me desperté, todavía rondaba por mi cabeza el último sueño de la noche que acababa de dejar atrás. Mantenía los ojos cerrados mientras mi mente proyectaba la imagen de una pantalla de ordenador. Concretando más, mi cerebro releía virtualmente la última frase de aquel correo electrónico que convertía mi sueño en pesadilla.
«En virtud de la potestad que la empresa me otorga, le informo de que ha sido usted DESPEDIDO«
Aún en plena angustia post-onírica, rebobiné mentalmente intentando descubrir cómo había llegado hasta ese momento. No sin considerable esfuerzo, alcancé a recordar que en el sueño me sentía bajo un fuerte estrés laboral, temeroso de perder el reconocimiento conseguido durante años de trabajo duro, con tareas cada vez más exigentes, más complicadas y menos agradecidas. En ese contexto hostil, de repente me entraba una llamada telefónica. Un compañero «me exigía» un favor. Los favores no se exigen, me habría gustado decirle, pero incluso en mi propio sueño me callaba por miedo a perder mi reputación tan duramente labrada. Sin embargo, esta vez al colgar, me daba cuenta de que algo había sucedido, que por mucho que quisiera sabía que jamás iba a hacer lo que se me había pedido. Ni eso ni nada más. Aunque lo desease, tanto mi cuerpo como mi cerebro se resistirían a obedecer. No recuerdo mucho más del sueño, seguramente haya dado un salto temporal, los sueños son así de caprichosos y anárquicos. Puede ser que pasasen semanas, meses o años,durante todo ese tiempo intentaba mostrar interés, disimular que seguía siendo el mismo profesional responsable. Hasta que al final, una mañana, recibía el correo electrónico de la directora de Recursos Inhumanos, y leía esa frase que lapidaba muchos años de ilusión y muchos más de frustración.
Abrí los ojos y ya no veía el mundo igual que ayer. Me sentía más pequeño, más ínfimo. Sin ningún valor para la sociedad. No me extrañó comprobar que mi cuerpo humano se había convertido en una vulgar cucaracha asquerosa, con una vida sin sentido.«
– Joder. Gregorio. Está claro lo que te ha pasado.
– ¿A qué te refieres?
– Sufres el síndrome Burnout.
– ¿Y eso qué es?
– En palabras vulgares, que has acabado tan hasta las pelotas de tu trabajo que ya te la suda todo. Vamos, que estás quemadísimo.
– Pues me temo que tienes razón.
– Tú mismo te haces la película de que te has convertido en una cucaracha.
– Cierto.
– Pero no lo eres.
– ¿Eh?
– En realidad, te sientes como una cucaracha y mientras no consigas cambiarlo, los demás te veremos igual que tú te ves a ti mismo.
– ¿Y qué puedo hacer?
– Reaccionar.
– Lo veo muy difícil.
– No creo que más que cambiar tu situación actual.
– ¿Qué quieres decir?
– Mírate, eres una cucaracha panza arriba. Si no te das la vuelta tendrás una muerte agónica. Tienes que girarte para poder seguir hacia delante.
– Ya lo he intentado y soy incapaz de hacerlo.
– ¿Por qué no pides ayuda?
– Ya lo he hecho. Pero todos los que han pasado por aquí, incluso varios conocidos, han huido de mi como si yo fuera un bicho asqueroso.
– A mi también me das grima, pero eres mi amigo. ¡Vamos allá!
– ¡Por fin!
– Y ahora, volver a transformarte depende de ti. No temas pedir ayuda. Los amigos de verdad te apoyaremos para que puedas transformarte las veces que haga falta.
– ¡Gracias! El esfuerzo de darme la vuelta me ha abierto el apetito. Voy a ver si puedo comer algo en ese bar de la esquina.
– ¡Cuidado! – gritó Isabel, demasiado tarde.
«¡Qué asco, una cucaracha! ¡Toma pisotón!». Gregorio no tuvo tiempo esta vez de reaccionar. Cuando el zapato se alzó de nuevo, Isabel contempló aterrorizada el espachurrado cuerpo de su viejo amigo contra la acera. Ya no cumplía el único requisito indispensable para la metamorfosis : estar vivo.