«He aquí tu regalo, Pandora. Este don te dará el poder, mas cuando lo abras empezará tu final.»
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El día que mi vida tocó fondo por primera vez no llovía. Era un día primaveral, soleado y agradable. Tal incoherencia me hizo ser consciente de que, a pesar del duro golpe que acababa de recibir, en el fondo, aquellos desgraciados me hacían un favor. Necesitaba un cambio, un estímulo que me devolviera la sensación de ser un profesional válido. «¿Por qué no desarrollas una app?», me aconsejó un amigo. Él entendía que ese ejercicio podría darme aquello que echaba tanto en falta: motivación, auto-aprendizaje y la satisfacción de crear un producto totalmente mío. Hacía mucho tiempo que había dejado de programar, desde que con mi ascenso me había acostumbrado a ser parte de una maquinaria de la que finalmente yo también fui víctima. La idea de mi amigo me pareció interesante y me puse manos a la obra. Lo primero era pensar en algo original y excitante. ¿Original? Imposible. Pero siempre podía hacer algo mejor que lo que se había implementado hasta el momento.
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Después de mucho pensar e investigar, un día encontré la respuesta en la barra de una cafetería. Una anciana, de aspecto cándido, hizo un comentario en voz alta justo a mi lado. «Pobre diablo, toda la vida ahorrando y se muere de repente». Observé que la mujer estaba leyendo la sección necrológica. Se giró y me miró a la cara. «Hijo, lo que daría la gente por saber lo que va a durar en este mundo». ¡Eureka! ¡Al momento supe que esa sería mi gran idea! Iba a hacer una app que vaticinaría el momento de la muerte. Con esa aplicación, la gente podría prepararse para el momento fatal, saber si le sería necesario un plan de pensiones, ahorrar, tener hijos, no esperar más a hacer ese viaje que siempre deseó realizar o hacer el amor como si no hubiera un mañana…porque realmente no lo iba a haber.
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Salí de la cafetería corriendo, tras pagar mi café y el de la anciana de aspecto cándido, que se despidió de mí con una sonrisa bondadosa y un beso inocente. En mi mente comenzaba a gestar los detalles de mi nuevo trabajo: En primer lugar escogí un nombre, «Decesus», un latinajo que significa muerte y que encontré muy apropiado y con gancho. Luego pensé que debería ser una aplicación fácil de desarrollar: un formulario sobre salud, otro sobre hábitos de vida, y un último formulario que preguntara sobre la longevidad y causa de muerte de los familiares más próximos. Los resultados los añadiría en una fórmula secreta que descifraría la cifra de años que esa persona viviría. Por supuesto, no pretendía dar una fecha exacta de expiración, eso era un punto que debía recalcar en la pantalla de inicio, que quedase claro. Simplemente se trataba de una aproximación definida por todas las variables de salud, hábitos de vida y genética introducidas. La fórmula que combinaría todos esos datos la encontré buscando por internet en páginas de salud, tampoco me maté mucho, lo confieso. Y por esa razón, me salió una chapuza. Un juego al que el usuario acudía cuando se aburría del Candy Crush.
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Fue un desastre. Poco más de veinte descargas el primer mes. No hacía más de lo que ya hacían una docena más de aplicaciones que podías encontrar gratis en Google Play. A mi aplicación le faltaba algo y no sabía el qué. Fue la misma anciana, de nuevo en aquella cafetería, quien me mostró la clave del éxito cuando yo ya estaba a punto de tirar la toalla. De nuevo estaba leyendo la página de decesos y, como en la ocasión anterior, realizó un comentario que me activó. «¡Qué lástima! Por mucho que uno se cuide, por mucho cuidado que tenga, nunca estará del todo seguro. Siempre habrá algo que se le escape y le mande al hoyo». Ese «algo», pensé de repente, ha de ser la Variable que mide nuestra suerte, que define nuestra capacidad para esquivar la adversidad, o para caer a las primeras de cambio aunque tengamos la salud de un toro. ¿Pero cómo medir esa Variable? Ese era el quid de la cuestión. Si conseguía descubrir cómo calcular el valor de esa variable me haría de oro…y muy poderoso. Y entonces me pasó algo muy curioso. La anciana me miró, como aquel otro día, y me dijo «Hijo, solo las Moiras conocen lo que nos depara el Destino a cada uno de nosotros. Solo ellas saben cuánto duraremos en este mundo». Lo comprendí al momento. Mi fórmula no servía para una mierda. Nuestro destino, nuestra vida, nuestra muerte, dependían de una única Variable, una especie de Lotería. Y yo me lo iba a jugar el todo por el todo. Salí escopeteado de la cafetería, ni siquiera recuerdo si en esta ocasión llegué a pagar mi café. Actualicé la fórmula de la app y volví a subirla a los diferentes Stores. Simplifiqué la aplicación a una Variable sin un valor informado. Por alguna razón incompresible yo sabía que su valor concreto para cada usuario se mostraría sin necesidad de que yo me preocupase de calcularlo.
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Durante días busqué con ansiedad indicios en los diarios digitales de todo el mundo. Un par de semanas después de mi actualización, encontré un comentario en un diario de Alemania: «Mi marido estaba muy nervioso porque una app le había avisado que moriría esta noche pasada. Estuvo horas sin dormir pero al final se durmió. Y ya no despertó». Busqué la forma de ponerme en contacto con la viuda de aquel hombre. Lo conseguí, y confirmó lo que pensaba. Aquella app era la mía.
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Puse la maquinaria mediática a funcionar: redes sociales, comentarios en diarios digitales, llamadas a radios y televisiones. Con mi ayuda, una noticia tan morbosa como esa no tardó en hacerse viral. En pocos días, mi app comenzó a descargarse por millares. Las ofertas publicitarias me llegaban a cientos. El proyecto tuvo un éxito rotundo y adquirió dimensiones extraordinarias.
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Sin embargo, la fama no tardó en comportarme problemas. La policía vino a verme varias veces, sospechando que yo pudiera estar detrás de alguna de las muertes que mi app había vaticinado con exactitud. Intentaron implicarme en aquellos casos, pero no tenían pruebas, por lo que se contentaron con vigilarme las 24 horas. Por otra parte, grandes compañías de seguros y bancos trataron por todos los medios de convencerme para que les vendiera la aplicación. Para ellos era de vital importancia controlar un elemento que se escapaba de su comprensión y que suponía un gran riesgo para su negocio. No poseerlo les dejaba en una situación de gran fragilidad. Poseerlo significaba el poder absoluto. Primero me ofrecieron migajas, creyendo que trataban con un pelele. Después subieron sus ofertas hasta cifras astronómicas. Al ver que no cedía, llegaron las amenazas a mi vida. Sin embargo, yo también utilizaba mi propia aplicación y sabía que aún tardaría en llegar mi momento.
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Por desgracia, cuando la situación no podía ser mejor, de repente dio un vuelco. A alguien le dio por llegar a su trabajo con un rifle y comenzar a pegar tiros a sus compañeros. La policía lo redujo acribillándole a balazos. En su casa encontraron una nota en la que decía que le quedaba una hora antes de morir y la frustración y rabia por toda una vida perdida le llevaba a vengarse de la gente que él había considerado que le habían amargado la existencia. Los familiares de las víctimas me acusaron de haber provocado la reacción psicópata de aquel loco. Tuve que acudir a los mejores abogados para conseguir frenar aquella amenaza. Pero la campaña mediática ya había empezado. Los bancos y las aseguradoras se dieron cuenta de que era el momento perfecto para hundirme. Y a fe que lo consiguieron. Invirtieron mucho dinero en difundir el mensaje de que mi aplicación no adivinaba la fecha de la muerte del usuario, si no que la provocaba y por eso acertaba siempre. Según los medios a sueldo, yo era el culpable de las muertes que vaticinaba. Consiguieron que la aplicación fuera expulsada de todos los app stores oficiales, me quedé sin contratos publicitarios, me cayeron miles de demandas judiciales. Mi economía se hundió a la vez que se hundían mi aplicación y mi propia imagen.
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De nuevo he tocado fondo. Esta mañana he desafiado la lluvia torrencial para regresar a la cafetería. Como esperaba, allí estaba la anciana. Me ha sonreído al verme. Le he explicado mis problemas y ella me ha escuchado mientras leía las cronológicas del diario. Cuando ha terminado de leerlas me ha hecho un gesto con la mano para que pare de hablar. Me ha dicho cuatro palabras: «Tú dominas la Variable». Al momento he sabido que tenía que hacer . Mi aplicación había caído en desgracia, pero millones de personas seguían consultándola a diario y, aunque ya no se podía descargar, muy pocos la habían borrado de sus dispositivos. El morbo es la mayor droga del ser humano. Le he pagado de nuevo el café a la anciana y ella me lo ha agradecido otra vez con un beso muy tierno. Pero antes de alejar su boca de mi mejilla me ha susurrado algo que ha helado mi sangre: «¿Recuerdas cuando te suplicaban una explicación, impotentes, con los ojos encharcados? ¿Recuerdas la sensación de poder? Haz el trabajo que siempre se te dio tan bien, despáchalos a todos y tendrás un lugar a mi lado. Nos volveremos a ver pronto».
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Esta vez he salido de la cafetería sin prisas, con todo el tiempo del mundo para llegar a casa, conectar mi computadora y modificar la Variable con un valor definido para todos los usuarios de la aplicación, incluido yo mismo: 10 segundos.
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