Se había quedado dormida en aquella sala y quizás esto no fuera más que un sueño. Uno muy extraño, eso sí, sin comida sabrosa, ni «cosas interesantes» con olores llamativos. Tampoco estaba el amo. Solo un fondo de oscuridad y pequeñas luces que brillaban muy lejanas. «Es el Universo, Neska», dijo una voz en su cabeza, pero, ¿Dónde estaba su cabeza? No la encontraba, ni tampoco sus patas ni su cola. Volaba sin cuerpo y sin saber hacia dónde. «No tengas miedo bonita, pronto comenzarás una nueva aventura». ¿De quién era esa voz? No era la del amo, ni la de nadie conocido, ¿o quizás sí? Una vez, recuerda, habló con … ¿Una tortuga? , tenía esa voz. Ella entonces no era una perrita todavía, era algo más grande, más poderoso, pero con la misma bondad en su interior. ¿Volvería ahora a aquella vida? ¿Volvería a ser una dragona? Seguía volando y volando en aquella oscuridad que esperaba no fuera eterna, deseaba poder despertar. Y despertó, pero no estaba el amo allí. Tampoco era su casa, la que conocía tan bien porque allí había vivido siempre. Sin embargo, aunque aquel sitio le era desconocido, descubrió voces y olores que recordaba muy bien y que le tranquilizaron. Tenía cuerpo pero no podía moverse, algo había cambiado desde que se durmiera.
Laia estaba sentada sobre la cama de sus padres, apoyaba su pequeño cuerpo de seis años sobre el peluche gigante. Le plantó un beso sonoro en todos los morros.
– Papá, ¿tú crees que si le doy un beso a mi Neska, la de verdad lo notará?
– Seguro que sí. No me extrañaría nada que ahora el espíritu de Neska viva en tu peluche. Así que has de mimarla mucho, por si acaso.
Laia abrazó a su peluda mascota sin vida. ¿Sin vida? Quizás la vieja Neska añore no poder comer y oler «cosas interesantes» y, por supuesto, también echará de menos a su querido amo, pero está contenta de poder acompañar a alguien que le quiere tanto. A partir de ahora será un peluche feliz.
(En memoria de la perrita labrador más bonita del mundo. Ojalá sea feliz allá donde esté ahora)