No parece Navidad. Sí, la gente compra, pero no soy consciente de observar en las tiendas las colas que antaño se hacían para comprar jamón, gambas o turrones. Incluso ha pasado el día del sorteo del Gordo sin pena ni gloria, en los informativos este año la noticia ha quedado en un segundo plano detrás de la política.
Supongo que también pesa el ambiente frío de mi oficina, un lugar donde apenas conozco el nombre de la mitad de mis compañeros, donde los jefes desaparecen de vacaciones sin avisar, sin decir ni siquiera felices fiestas. Por no hablar del lote que desapareció hace tres años de nuestras vidas, o de la cena de empresa que jamás sucedió. ¿Cómo lo veis? ¿Os parece normal? Si vuestra respuesta es afirmativa entonces nada que objetar, el raro soy yo.
Ni siquiera el tiempo es el típico de Navidad. El Niño o lo que sea, se ha cargado el frío y nos lo ha cambiado por niebla y contaminación. No nos queda ni tan solo la ilusión porque este año nos pueda visitar la nieve, ya de por sí difícil de ver en la gran ciudad.
Me invade una sensación de «Navidad interruptus» mientras camino por las calles de mi barrio, respirando el plomo de la viciada atmósfera, escuchando a la gente hablar de pactos postelectorales, viendo la charcutería vacía. De repente noto que alguien ha introducido su mano en uno de los bolsillos traseros de mis pantalones. Me giro rápido y veo a un niño que me mira con los ojos muy abiertos, asustado. El chaval sale corriendo y, tras un momento de duda, yo echo también a correr detrás de él. No me cuesta mucho darle alcance, le agarro de la chaqueta, se la intenta quitar pero yo le hago un abrazo de oso y ambos caemos al suelo. Milagrosamente el pedazo de suelo sobre el que nos tiramos no está manchado por ninguna residuo canino. «Suéltame» me dice, mientras lo levanto del suelo sin contemplaciones.
– ¿Qué estabas haciendo?
– ¿Tú que crees?
– Sí, ya lo he visto, me intentabas robar, ¿por qué?
– Si te lo cuento no me vas a creer.
– Prueba.
Y entonces este chico escuálido de piel morena me confiesa que es Santa Claus, que este año se ha quedado sin blanca y no ha tenido más remedio que robar para poder comprar los regalos que luego repartirá sin ayuda de los renos (porque los ha vendido por wallapop para pagar las deudas, al igual que el trineo mágico). Me dice que ha intentado de todo antes de ponerse a robar: buscar sponsors, micromecenazgos, que si crowdfunding, que si créditos bancarios a intereses inmorales, pedir en el metro, pedir de rodillas a la puerta de un Mercadona…
– No te puedes imaginar como es la gente de cruel.
– ¿Te llegaron a agredir?
– ¡Qué va! ¡Mucho peor! Me ignoraron por completo. ¿Tú sabes lo duro que es reconocer las caras de las personas que te dejan cada año una copita de cava junto a los calcetines para agradecerte los regalos que les llevas y que ahora ni siquiera te miren? La rabia es lo que me llevó a robar.
– ¿Y por qué no abandonaste el tema de los regalos?
– ¿Qué quieres decir?
– Si este año no tienes para regalar pues no regales nada.
– ¿Estás loco? No puedo hacer eso.
– Pero si es lo que la gente se ha buscado.
– ¡No lo hago por ellos! ¡Lo hago por mí! ¡Por mi fama! Yo soy Santa Claus, el afable anciano que cada año en Navidad reparte regalos por todo el mundo.
– ¿Y cómo es que eres un niño?
– Bueno, realmente soy así, una especie de Peter Pan. Lo que pasa es que las multinacionales prefieren la imagen del abuelo rechoncho con barba blanca vestido de rojo. Vende más.
– Es decir, que si no consigues el dinero no hay regalos, ¿no?
– Así es.
El chico me mira con cara de poker, yo sé que miente pero se ha currado una historia tan graciosa que no puedo más que abrir mi cartera y darle veinte euros. ¡Veinte euros! Todo porque no tengo un billete más pequeño en la cartera y no me puedo echar atrás, el chico ya ha puesto la mano para recoger este suculento aguinaldo. Mientras le doy el billete me siento realmente gilipollas. Pienso en voz alta mi última reflexión «En fin, es Navidad». El chico me da las gracias y comienza a caminar rápido, imagino que por si acaso me arrepiento de mi estupidez.
– ¡Espero que con lo que te he dado me traigas un buen regalo este año! – le digo con sorna.
El niño se detiene en seco. Se gira y me dice lo siguiente, con una voz profunda que parece imposible que pueda surgir de su joven persona:
– Puede que seas de los que creen que la Navidad es tan solo una fecha del calendario, un festivo en el que toca comer en familia, ofrecer y recibir regalos. Puede ser que cuando te vayas a dormir el veinticinco pienses que ese día ya no se repetirá hasta dentro de un año. El caso es que algunos vivimos la Navidad cada día y es por eso que tenemos espíritu navideño. No culpes a los demás si no eres capaz de encontrar la Navidad, búscala en tu corazón y si la descubres serás feliz. Ya tienes mi regalo de este año. ¡De nada!
Y tras soltarme esta reflexión, el muy canalla me da la espalda y se marcha, desapareciendo entre la multitud que sigue discutiendo sobre política y tiempo.