– Señor, creo que es la hora. – apunta el barman de forma tímida, con un hilo de voz, con los ojos asustados observando las fatídicas agujas del reloj del local.
Relatos fantásticos y de misterio de JAP Vidal
– Señor, creo que es la hora. – apunta el barman de forma tímida, con un hilo de voz, con los ojos asustados observando las fatídicas agujas del reloj del local.
Sé que es una pesadilla. Ha de serlo, porque solo si así lo pienso podré mantener la cordura hasta que me despierte con la primera luz del sol. Mientras tanto, no me queda más remedio que seguir mirando a través de esta ventana que me enfrenta a mis más terribles miedos. Primero fue la muerte de una mascota cariñosa y fiel. Después la pesadilla me obligó a presenciar la terrible muerte de una mujer buena, madre de dos pequeños que aún preguntan por ella cada día. Y luego siguieron otras escenas más, todas partiendo desde el ciprés de la colina de enfrente. Es sorprendente lo vívido que puede ser el dolor de estómago que el terror onírico provoca. Tan real como su banda sonora. Fuera se oye el viento ulular, cruel y frío. Mientras en el cálido interior, en algún lugar de esta estancia oscura, hay un reproductor de música que repite en cada escena la misma canción de Tom Waits, con su voz profunda arrastrando posos de nicotina y café en cada sílaba pronunciada. Y otra vez, la canción empieza de nuevo ¿Qué sucederá ahora?
“I’d sell your heart to the junkman, baby, for a buck, for a buck” (vendería tu corazón al chatarrero, cariño, por un dolar, por un dólar). A través del cristal de la ventana, entre las decenas de manchas que dejan las gotas de barro que caen desde un cielo marrón como las heces descompuestas, veo una niña de pie junto al ciprés.
“If you’re looking for someone to pull you out of that ditch You’re out of luck, you’re out of luck” (Si estás buscando alguien que te saque de la zanja no estás de suerte). La niña, como antes los otros, desciende la colina y se acerca. Esta criatura me trae a la memoria ese icono del cine de terror, aquella inocente niña en camisón, corrompida por el espíritu de un demonio que la posee.
“The ship is sinking,the ship is sinking, the ship is sinking, there’s leak, there’s leak, in the boiler room” (El barco se hunde, hay una fuga en la sala de calderas). Podría reconocer la cara de la niña si no fuese porque ya no es una niña, ahora es una adolescente, no, una mujer hermosa que envejece nota a nota, con cada letra pronunciada por la voz atormentada de Waits. Mientras camina, alarga la mano hacia mí ¿Me pide ayuda?
“God’s away, God’s away, God’s away on Business. Business. God’s away, God’s away, God’s away on Business. Business” (Dios está ausente). La anciana cae de rodillas junto a la ventana. En un último esfuerzo, alza una mano con la que toca el frío vidrio. Intento enlazar su mano con la mía a través del cristal. Pero su brazo se desliza poco a poco hacia abajo. Allá donde su mano se posa, el cristal se enfría como el hielo, como la muerte ¿Será que lo que hay al otro lado del cristal no tiene vida? Quizás tampoco la haya en esta
oscura habitación, cálida como el infierno.
“Digging up the dead with a shovel and a pick it’s a job, it’s a job “ (Desenterrar el muerto con una pala y un pico es un trabajo) Su mano acaba por perderse por debajo de la ventana. Lo único que queda de la niña, la adolescente, la mujer, la anciana, es el rastro sucio, marrón, que ha dejado su mano deslizándose sobre el vidrio mojado. ¿Cómo la podría haber salvado si estoy aquí dentro, en mi propio mundo de cuatro paredes? No tengo más opción que sufrir la tortura de observar a través del cristal como el resto de las vidas que me acompañan se marchitan y acaban hundidas en el barro ante mis ojos.
“I narrow my eyes like a coin slot baby. Let her ring, let her ring. God’s away, God’s away, God’s away on Business.” (Estrecho mis ojos como una ranura para monedas. Deja que suene. Dios está ausente) Espero despertar pronto. Ya. Porque cada segundo que pasa me entra más la duda. ¿Y si esta no es una pesadilla cualquiera? La primavera llena todo de vida, el verano nos hace creer que seremos eternos. Sin embargo, el otoño nos avisa de que el invierno se acerca, de que igual que caen las hojas caeremos nosotros. Puede que yo ya haya caído y esta sea una pesadilla de difunto.
– Papá ¿Por qué mamá se fue tan pronto?
– Pues porque tu mamá es una estrella fugaz.
– ¿Una estrella fugaz?
– Mira el cielo, mira cuantas estrellas. Es precioso ¿Verdad?
– Sí.
– Sin embargo, las estrellas que siempre vemos, cuando descubrimos los dibujos que forman en el firmamento, llega un momento que nos aburren. Seguramente es el cuadro más bonito de la naturaleza, pero no deja de ser eso, un cuadro.
– A mi me gustan las estrellas.
– Sí, pero…¡Mira esa!
– ¡Guau, qué bonita!
– Esa era una estrella fugaz. Como tu madre. Son estrellas inquietas, juguetonas, llenas de energía. Saltan del cielo a la tierra, viven con nosotros un tiempo dándonos su luz pero no tardan en volver a la bóveda celeste, porque allí también las necesitan para que nosotros no nos cansemos de observar las estrellas. Por esa razón jamás se quedan mucho tiempo en ningún sitio.
– Pero yo también la necesito ¿Cuándo volverá?
– Por desgracia, no podremos volver a verla como la recordamos. Sin embargo, cuando menos te lo esperes, la reconocerás en un destello de vida pura. Por ejemplo, en una sonrisa, en el brillo de unos ojos o en una puesta de sol. Y por supuesto, la verás «surfeando» los cielos en forma de estrella fugaz.
– ¿Y ella me verá?
– Ella siempre te ve, no te preocupes.
– ¿Y de día?
– También. En el cielo no hay noche o día. Nosotros solo podemos ver las estrellas de noche, pero ellas están allí todo el tiempo y nos ven en todo momento. Y a menudo sonríen, y entonces brillan más.
– ¿Y yo será algún día una estrella fugaz?
– Seguro que sí, pero una de las que duran mucho rato en el cielo y en la tierra.
– ¿Y podré viajar con mamá?
– Claro, te llevará con ella a todos los sitios. Y a mí, y a tu hermana también.
– ¿Estaremos siempre de viaje los cuatro?
– Siempre. Los cuatro juntos.
En homenaje a Yanina, que volvió al cielo para surfear entre las estrellas.
De camino al Museo de Arte Contemporáneo, ignorantes de la monstruosidad que allí nos esperaba, mi compañero Arturo y yo cantábamos a dúo viejas canciones de los Sex Pistols que sonaban en el radiocasete de nuestra furgo destartalada. Los coches y furgonetas de nuestro departamento debían pasar desapercibidos, por supuesto tampoco llevábamos ningún distintivo.
– Tío, no sabes lo que he soñado hoy – interrumpió Arturo.
– “When there’s no future how can there be sin” – seguía yo cantando.
– Baja el volumen que te lo tengo que contar.
Como viera que yo no le hiciera ni caso, él mismo lo bajó a saco y a continuación resonó en la furgo un “Me cago en tus muertos”.
– Calla, joder, que lo que te voy a contar es muy «jevi». ¿Te acuerdas del programa del otro día de la tele sobre los cerdos?
– ¡Pues claro!
– Pues tío, me debió dejar muy tocado porque esta noche he soñado mi propia versión del programa.
– ¿Y a mí que me …
– En el sueño yo era el presentador del programa, “El Tocahuevos” ese, y para hacer un programa sobre cómo es el gobierno de un país bananero me metía ¿sabes dónde? ¡No te lo vas a creer!
– ¡Dilo ya, coño!
– ¡En un consejo de ministros! Entraba yo de extranjis, con nocturnidad y alevosía, en la sala donde se junta el Gobierno. Pero lo curioso es que no se trataba de una sala de reuniones exactamente.
– ¿Y qué era?
– ¡Una pocilga, tío! ¡Una habitación llena de cerdos!
– ¡Qué fuerte!
– Y lo mejor de todo es que era capaz de reconocer a la mayoría de ellos.
– ¿A los cerdos?
– ¡No, hombre! ¡A los ministros! Había uno con una gran papada que todo el rato intentaba morderme. Luego, otro estaba medio muerto, como los del programa del “Tocahuevos”, y dos puercas se peleaban a mordiscos por comerse a ese moribundo, era un espectáculo asqueroso. ¡Le arrancaban las pelotas a bocados!
– ¿Dos puercas? A esas las reconozco yo también.
– ¡Sí, sí! ¿A qué suena a profecía?
– Sí, apocalíptica.
– Luego, otro iba enrollado en una bandera.
– ¿De qué país?
– ¿Y qué más da? Ahora no lo recuerdo pero da lo mismo.
– ¿Y ese que hacía?
– Ese no paraba de gritar como si lo mataran. Debía ser porque llevaba los cojones en carne viva, de tan gordos como los tenía. Eran balones de fútbol.
– Otra alegoría. Dime de qué presumes y te diré dónde te duele.
– El caso es que el gorrino de la papada dejó de intentar morderme, se fue a buscar a otros que iban vestidos de negro y entre todos me echaron a mordiscos de la sala.
– ¿Has dicho vestidos de negro?
– Sí, tío, como los árbitros antiguos.
– ¡Qué misterio!
– Pues tuve que salir por patas de aquella orgía gorrina. Cuando ya estaba fuera, en el mismo sueño, me encontraba con un tipo que me preguntaba qué hacía allí. Le dije que un sueño me había transportado hasta ese lugar, menuda paranoia. Aproveché para preguntarle yo a él como era posible que aquellos seres estuvieran capacitados para gobernarnos. ¿A que no sabes qué me contestó?
– No, pero me lo dirás.
– Tío, me dijo que pasaban revisiones periódicas cada cuatro años y que siempre con notas excelentes. Que los consumidores los escogían siempre como los mejores especímenes de su clase.
-¡Ja, ja, ja! ¡Real como la vida misma!
– Podría escribir un libro con este sueño.
– ¡Claro! ¡Venga, ya hemos llegado!
Aparcamos delante del Museo. La entrada estaba desierta pues aún faltaban un par de horas hasta que abrieran las puertas. Nos presentamos delante del vigilante nocturno con nuestras acreditaciones.
– ¿Los de «fenómenos extraños»?
– Los mismos.
– Esta vez os lo vais a tener que currar. Acompañadme.
El vigilante nos llevó a través de las diferentes salas de exposición hasta una en la que había un gran lienzo pintado al óleo, todo blanco y con una palabra en medio, abarcando todo el ancho de la pintura, en un tono más grisáceo: DEMOCRACIA.
– ¿Qué le pasa a este cuadro?
– Resulta que el otro día, un niño le pegó un chicle al lienzo.
– ¿Y dónde está el chicle? Parece que esté limpio.
– El cuadro lo absorbió y no quedó ni rastro de él.
– ¿Y han vuelto a probar a ensuciarlo?
– Le hemos escupido, orinado, lanzado excrementos humanos e intentado destruir.
– Y supongo que nos dirá que no le pasó nada.
– Nada de nada. La pintura se mantiene impoluta a pesar de hacerle todas las perrerías imaginables.
– Déjenos solos por favor.
– A ver si podéis descubrir el misterio antes de que abramos el museo, hoy visita el jefe de estado la exposición. Los mandamases no quieren sorpresas desagradables.
No le contestamos. Nosotros ya solo pensábamos en «el maldito cuadro maldito». Era de un blanco inmaculado, salvo la palabra que lo atravesaba de izquierda a derecha, de un blanco tirando a gris. Arturo se acercó, sacó un bolígrafo de su americana y comenzó a deslizarlo sobre el lienzo.
– ¿Qué haces? – le pregunté.
– Intento dibujar uno de los cerdos que soñé ayer.
– Pues te has quedado sin tinta.
– El bolígrafo está perfecto.
Arturo se pasó la punta del bolígrafo por la palma de su mano y comprobamos que pintaba, no se había quedado sin tinta. Me acerqué al cuadro, la superficie era rugosa por la pintura. Saqué la navaja que siempre llevo encima e intenté rajar la tela.
– ¿Te has vuelto loco? – gritó Arturo, asustado.
– Mira.
Tal como yo rajaba el lienzo, este se iba uniendo de nuevo, como una cremallera cerrándose.
– Como intentar cortar el mar – dije.
– Ayúdame a mirar detrás del cuadro.
El reverso del cuadro era como el de cualquier otro. Vete a saber qué pensaba encontrar Arturo allí detrás, pero el esfuerzo no sirvió de nada. Miento, sí sirvió de algo pues su idea trajo a mi memoria otra posibilidad, tan inverosímil como el suceso que nos ocupaba.
– Tenemos que encontrar al artista – exhorté a mi compañero.
Aunque él no sabía lo que rondaba por mi cabeza, me dejó hacer. El vigilante nos puso en contacto telefónico con el jefe de la exposición, que irritado porque le habíamos despertado, nos dijo dónde podríamos encontrar al autor de la obra, un tal Jaime Serra. Dio la casualidad de que habitaba un chalet no muy lejos de donde nos encontrábamos.
– ¿Hace mucho que no lo ve? – le pregunté.
– Pues hace una semana, cuando fuimos a buscar el cuadro a su taller.
– ¿Y no debería haber pasado por aquí a ver su obra expuesta?
– Pues, ahora que lo dice, sí que es extraño que no haya venido a verla.
Colgué sin tan siquiera despedirme. Arturo comenzó a imaginar la monstruosa idea que me rondaba. Eran muchos años juntos en el departamento de Fenómenos Paranormales.
Cogimos la furgoneta y en un cuarto de hora a toda leche nos plantamos delante de la casa del artista. Estaba a oscuras. Llamamos a la puerta y nadie nos abrió. En ese momento, el jefe de la exposición nos llamó para decirnos que había sido imposible contactar con Jaime Serra. Arturo decidió utilizar su habilidad para abrir puertas ajenas. Entramos en la casa solo con la luz de la linterna, para evitar llamar la atención de los vecinos. Olía a mierda. Encontramos a Jaime en la bañera, que no estaba llena de agua sino de sangre, excrementos y orina. Su cara estaba rajada por algún arma blanca inexistente, su pecho había sido acribillado por balas invisibles, le habían mutilado los brazos y la boca, las cuencas de sus ojos estaban vacías. En su frente había un chicle pegado. Sobre su vientre alguien había dibujado un cerdo con los testículos gigantes.
– ¿Cómo lo supiste? – me preguntó Arturo.
– Cuando miraste el reverso del cuadro, no sé por qué, me vino a la cabeza el retrato de Dorian Gray. Y pensé si quizás no estaríamos ante el efecto inverso, que tal vez el maltrato sufrido por el cuadro no quedaría reflejado en el pintor.
– ¿Pero por qué?
– Quién sabe. Quizás la respuesta no esté en el lienzo sino en lo que representa. Puede que el mismo autor lo quisiera así para hacer su obra aún más real. ¿Qué nos quería decir él con ese cuadro, con la palabra democracia?
– ¿Denunciar la cantidad de aberraciones que se esconden detrás de esa palabra?
– Pues menuda forma más macabra de hacerlo.
– Quizás se le fue de las manos.
– No creo, dudo de que sea casual que lo hayamos encontrado muerto en la bañera.
– ¿Quieres decir que se ha suicidado? ¿Que sabía que iban a acribillar al cuadro y de forma indirecta a él?
– Puede.
Llamamos al jefe de la exposición para explicarle que Jaime Serra había fallecido. Le ahorramos los detalles, solo le explicamos que se trataba de un paro cardíaco- como cualquier muerte, joder -. Eso sí, le aconsejamos que ocultara el cuadro para evitar preguntas incómoda.
En breve, ese lienzo será requisado por nuestro departamento y ya veremos lo que se decide hacer con él, aunque lo más seguro es que acabe escondido en un rincón oscuro de nuestro inmenso almacén de objetos relacionados con fenómenos inexplicables por la ciencia.
La noche siguiente fui yo quien soñó que entraba en una tienda de embutidos de delicatessen y, mientras esperaba que me atendieran, escuchaba el sonido de cerdos gruñendo el “God save the Queen” de los Pistols.
«Allahu akbar!» Mentre crido la takbir, em disposo a abandonar aquest món com un màrtir. Al mateix moment al que sento els trets me n’adono de desenes d’urpades de dolor sobre el meu cos. No tinc temps ni de tancar els ulls. Potser, d’haver-ho fet, podria tornar-los a obrir a la Yanna, envoltat per un grup de huríes somrients i disposades a servir-me eternament.
Malauradament no els he tancat a temps i en una fracció de segon passo d’estar agonitzant, entre vinyes, a tornar a les Rambles. Però ja no són les Rambles. Tot ha canviat. No hi ha colors, és un món en blanc i negre…i buit, a excepció d’un nen agafat al seu osset de peluix i que plora enmig del passeig, a uns cent metres de distància d’on sóc. Tots dos som les úniques notes discordants de color en aquest escenari monocromàtic. Els gemecs del petit trenquen el silenci sepulcral d’aquest lloc sempre tan concorregut. Ni tan sols corre una gota d’aire. Pot ser que estigui somiant que m’he colat a l’interior d’una foto antiga.
Camino fins al petit, sense escoltar el so de les meves sabates. M’ajupo al seu costat i li pregunto on son els seus pares. No em contesta, segueix gemegant. Els seus ulls em miren atemorits. Vull dir-li que no ha de tenir-me por, que no li faré cap mal, però quan allargo el braç el nen observa que la mà que li ofereixo està plena de sang que no és meva. Malgrat això, accepta la meva ajuda i es posa en peus. Els seus plors es van esmorteint a poc a poc fins que, en complet silenci, els dos continuem agafats de la mà en direcció a l’estàtua d’un descobridor que des de fa segles, apunta amb el seu dit cap a la terra d’on vindran els que van jurar acabar amb els infidels.
Penso en el meu iman, Abdelbaki, en les seves paraules: «Quin sentit té la teva miserable existència si no és el de fer coses importants? Qui se’n recordarà de tu si mors com un xai ? Tots venim al món amb un objectiu, Youness. El teu i el meu és el de convertir-nos en màrtirs d’Al·là i tenir un lloc de privilegi a la Yanna.»
On és ell ara? Espera, potser sigui la figura fosca d’allà davant. No, no ho sembla, aquest personatge és molt més alt, un gegant. En acostar-nos puc distingir que porta una túnica negra, com si fos un frare, amb una caputxa que oculta el seu rostre. A la seva mà dreta porta una dalla. Ens espera just al lloc on vaig abandonar la furgoneta, sobre el mosaic de colors vius, ara blanc i negre. Pot ser que sigui un dels mimos de les Rambles. La seva disfressa és tan perfecta que ha aconseguit posar-me la pell de gallina. En arribar a la seva alçada , vull passar de llarg però interposa la seva dalla en el meu camí. Una veu greu i poderosa retrona per tota la rambla. No és una veu masculina ni tampoc femenina. No és una veu vella ni tampoc jove.
– On creus que vas, Youness?
– Estic ajudant a aquest nen a trobar als seus pares.
– Ell es queda aquí. La seva ànima no pot abandonar les Rambles.
– Per què?
– Perquè tu el vas matar.
– No pot ser.
Ja no noto la mà del petit, em giro cap a ell i observo com ha perdut el color i el seu cos en blanc i negre s’esvaeix poc a poc. Els seus ulls em miren confusos, sense odi, sense por, només amb una pregunta: «Per què?»
– No t’esforcis a contestar el que no saps.
– Jo no volia matar nens.
– No et preocupis. Al cap i a la fi, d’ aquí a cent anys ningú se’n recordarà de tu, com tampoc ningú ja recorda als altres assassins que van sembrar de sang aquesta ciutat. No ets més que una peça en un engranatge que mai entendràs. Ni tan sols ets conscient de que fa una mil·lèsima de segon, una bala t’acaba de matar.
A la Mort poc li importen els meus arguments, els meus somnis o els meus ideals. A Ella només li importa una cosa: fer bé el seu treball. M’agenollo davant la seva figura sabent ja que no aniré a la Yanna, que mai sentiré les carícies de les huríes, que la meva mort i la de les meves víctimes ha estat en va.
Mentre la dalla cau sobre el meu coll, me n’adono que la seva fulla és la bala que no he sentit arribar.
Título : «Leyendas de la Tierra Límite: Las Tierras Blancas.»
Autora : Ana González Duque.
Año : 2014
Volúmen : 356 páginas.
Género : Fantasía.
Idiomas disponibles : Castellano.
Sinopsis de la novela :
«Hace años, muchos antes de que Aïa, la Elegida, partiera de la Torre de Piedra en busca de ayuda para intentar curar a la Sanadora Mayor, los Oscuros invadieron las Tierras Blancas. Las Sanadoras unieron, entonces, su poder en el Aura, un escudo que consiguió hacerlos retroceder más allá de las Montañas Oscuras, dividiendo el territorio en dos franjas separadas por la Tierra Límite. Allí, la raza Physii y los Guerreros del Alba unen hoy en día sus fuerzas para mantener libres de oscuridad las Tierras Blancas.
Pero la enfermedad de la Sanadora Mayor amenaza con quebrar este equilibrio. La única solución parece estar, inexplicablemente, en un muchacho que trabaja como cocinero y que responde al nombre de Guil de Merabal.»
La opinión de JAP Vidal :
Si no hubiese sabido de antemano quien era la autora de esta novela, bien podría haber creído que podría estar escrito por Patrick Rothfuss o Ursula Le Guin. Pero no es así, la madre de la criatura es una exprofesional de la medicina canaria.
Voy a empezar por lo que menos me ha sorprendido del libro, el contexto. Ana González Duque, la autora, ha imaginado un mundo dividido en tres partes: Las Tierras Blancas, la Tierra Límite y las Tierras Oscuras. La primera de estas zonas sería el territorio donde viven de los humanos. En la segunda habitan las Physii y los guerreros del Alba, que tienen la misión de impedir que las terribles criaturas de las Tierras Oscuras se expandan por todo el mundo. Os lo he descrito de esta manera tan simple porque, siempre desde mi humilde opinión, lo que hace en realidad a esta novela diferente no es el escenario. Escenarios en narrativa fantástica hay tantos como novelas tiene el género, millares.
Lo que hace que Leyendas de la Tierra Límite valga realmente la pena son sus personajes. Ana los ha cuidado mucho, profundiza en sus virtudes y en sus defectos, y para mí esa es la clave: los humanos son humanos, para lo bueno y para lo malo. Pueden tener buenas intenciones pero eso no evita que puedan actuar de manera injusta cegados por el deseo, los celos, la sed de venganza o incluso por un exacerbado sentido de la responsabilidad. A mi me gusta mucho el personaje de Baeshaa, una bruja que, aunque rezuma odio hasta por las pestañas, también tiene su corazoncito. En el lado contrario, un personaje tan virtuoso como debería ser la Sanadora Mayor, Laua, en varias ocasiones da muestra de una frialdad casi cruel. Los dos personajes principales, Aïa y Guil también tienen sus conflictos internos que Ana disecciona con destreza.
Además de los personajes, la escritora también nos presenta diversos seres fantásticos a los que pillarás mucho cariño: ladrones de almas, encantadores de mentes, máldares, helicoides, las Physii… Los encantadores de mentes y los ladrones de almas están muy logrados, solo de imaginar las consecuencias que puede conllevar encontrarse con ellos puede provocarte un buen escalofrío.
Y si te gusta este libro tanto como a mi, te voy a dar una buena noticia: hay una segunda parte donde se cierra esta historia, Leyendas de la Tierra Límite II : Las Tierras Oscuras. Pero esto ya es otra historia, la de Flamia. Os recomiendo empezad por el principio.
Sigo el curso del río a contracorriente, subiendo por la cordillera pirenaica en busca de aquel enclave secreto que ya consiguiera encontrar diez años antes. Prometí volver. La primera vez buscaba un sueño y solo encontré una pesadilla. Recuerdo, como si fuera hoy, el sufrimiento, la ilusión, el dolor y la esperanza…
“Conocí un hombre que halló el secreto de la inmortalidad”. Eso me dijo mi padre en su lecho de muerte. Selló sus labios con una exhortación final: “Búscalo allá donde nace el río de plata, más allá de la cueva del Oso, tú ya sabes dónde, ¿verdad?”. Con esa pregunta exhaló su última bocanada de vida. No le contesté, no valía la pena, no me iba a oír y además, él sabía perfectamente que yo entendería las indicaciones.
Tardé una semana en ponerme en camino. Tuve que dejar atado el testamento del viejo, pedir un par de meses de excedencia y decirle a mi esposa que no me esperase para cenar durante una buena temporada. A nadie le dije donde iba. A nadie podía confiarle el secreto de mi padre. ¿Qué sería de la humanidad si de un día para otro se supiese que hay un tipo en los Pirineos que vive eternamente? Podría estallar la Cuarta Guerra Mundial. Con la tercera ya fue un milagro que no nos extinguiéramos. No, debía ir yo solo, pero en esos momentos no sabía que en vez de un don me iba a encontrar con una maldición.
No me atreví a viajar en el coche volador, el GPS delataría mi posición en todo momento a ojos indiscretos. No podía dejar pistas. Aparqué el vehículo en un valle y caminé durante días siguiendo las instrucciones de mi difunto padre, alcanzando el nacimiento del río de plata, después llegando hasta la cueva del Oso, ambos nombres inventados entre padre e hijo en las excursiones que marcaron mi infancia. Sin embargo, a partir de la cueva no supe a dónde ir, estaba confuso con lo de “más allá de la cueva del Oso”. Subí hasta la cima del monte, nada, bajé de nuevo y avancé por el bosque durante varios días hasta que me di cuenta de mi error. Debía introducirme en la cueva y buscar un pasadizo interno que me llevara al interior de la montaña. Encontré un punto de la cueva que daba paso a un estrecho pasadizo, casi imperceptible. El pasadizo se ensanchaba después de un kilómetro de arduo camino. El camino continuaba durante un par de días por el interior de la montaña hasta llegar a un pequeño claro que recogía la luz que se filtraba desde la cima del monte. Allí había una cabaña de madera. El lugar era fantástico, tenía agua proveniente de manantiales subterráneos, luz del sol y también fosforescente de los minerales de las rocas, una temperatura siempre estable y fresca, como en una bodega. Alguien había hecho un gran huerto donde había plantado una gran variedad de verduras y frutas.
Grité varias veces si había alguien allí y un anciano salió de la cabaña. Tenía millones de arrugas pero no parecía tener problemas de salud. No me dijo nada, me miró con curiosidad pero sin mostrar alegría, enojo o miedo. Simplemente curiosidad.
– ¿Es usted el señor Cañete?
– ¿Quién lo pregunta?
– Soy el nieto de un amigo suyo. JAP Vidal, ¿lo recuerda?
– Creo que sí ¡Hace tanto tiempo!
– Mi padre me confesó antes de morir que usted guardaba el secreto de la vida eterna.
El hombre, ahora sí, cambió su gesto a algo parecido al miedo.
– Hijo, ese secreto es el fruto de una maldición.
– ¿Tan malo es vivir eternamente?
– Acompáñame.
Seguí al viejo dentro de la cabaña. La estancia era muy sencilla, pero acogedora. Solo había una foto, me sorprendió verla allí. El anciano siguió mi mirada y sonrió, aunque era una sonrisa amarga como el vinagre.
– Ese era el equipo de la temporada dos mil catorce, dos mil quince. Hace mucho de eso, pero aún recuerdo como jugaban.
– ¿Qué es?
– Fútbol.
– ¿Y los cascos, las rodilleras?
– No, este era fútbol de verdad, el que se juega solo con los pies, el europeo.
– ¡Es verdad! – dije con alegría al recordar – Era el que estaba de moda en la primera mitad del siglo pasado. ¿Qué equipo era ese?
– El Barça. El mejor Barça de la historia. Ganó nueve copas en tres años. En aquel equipo jugaban juntos los mejores delanteros del mundo.
– ¿Y qué pasó?
– ¿Qué pasó? Pues que los aniquilaron.
– ¿Cómo? – pregunté horrorizado
– Con el poder del dinero.
– ¿Y cómo es que el único cuadro que tiene usted aquí es ese? ¿No tenía familia?
– La tuve, pero mi gran amor era el Barça y por su culpa arrastro esta maldición.
– ¿Se refiere a la vida eterna?
– Sí.
– No lo entiendo.
– Fue el…
El árbitro pitó el final del partido y los jugadores del Madrid se abrazaron mientras sus contrincantes caían, hundidos, sobre el césped del terreno de juego. El Real Madrid acababa de ganar su duodécima copa de Europa. Yo estaba destrozado. Los mensajes no paraban de llegar a mi móvil, merengues que deseaban pasarme por la cara su gran éxito. Fue en ese momento, cuando cerré los puños con tal fuerza que hundí mis uñas en las palmas de mis manos, haciendo que de ellas manaran hilillos de sangre. Sin pensarlo, con todo el anhelo de mi alma hice un juramento que me ha marcado para siempre.
– ¿Qué juró?
– ¿Qué juré? ¿Ni siquiera quieres jugar a adivinarlo?
– No, no lo sé. No tengo ni idea.
– Como se nota que no has vivido esa rivalidad.
– ¿Qué rivalidad?
– Barça-Madrid.
– Algo he oído.
– Era la gran guerra del siglo XXI. Una guerra sin cañones pero tan cruenta como si las bombas estallaran en medio de la población civil. Hasta que llegó la gran guerra atómica, claro.
– ¿Y qué juró?
– ¡Ah, sí! Pues…juré que no moriría hasta ver al Barça ganar más copas de Europa que el Madrid.
– ¿Cómo?
– Que juré que no moriría hasta que el Barça superase al Madrid. Y aquí sigo, ya sin ninguna esperanza de conseguirlo. Durante años aguanté pero al final, tras la “Tercera Guerra Mundial”, la copa de Europa desapareció y me quedé atrapado en mi maldición.
– ¿Quiere decir que el secreto de su vida eterna es un juramento tan estúpido?
– ¿Estúpido? ¿A algo tan sagrado le llamas estúpido? ¡Vete de aquí, ignorante! ¡Y no vuelvas a menos que tengas algo importante que decirme!
El viejo me sacó casi a patadas de su cabaña y yo, indignado con él, dejé aquel lugar sin querer mirar hacia atrás. Me sentí estafado. Volví a mi casa y durante un tiempo retomé mi vida normal sin volver a pensar en el tema. Sin embargo, hace poco, a…
– ¿Hola?
Espero un poco hasta que el viejo sale de la cabaña. Juraría que su rostro aún tiene más arrugas que la anterior vez que le vi. Parece imposible pero así es. Sin embargo, se mueve con la misma facilidad que entonces. Como hiciera aquella vez, me mira sin ninguna emoción. Pero en sus ojos observo que se acuerda de mí.
– ¿Por qué has vuelto?
– Tengo novedades del mundo exterior.
– Explícate, ya.
– Cuanta prisa para alguien que tiene todo el tiempo del mundo.
– Los viejos somos por naturaleza impacientes. Vamos, no me hagas perder tiempo.
– Alguien rebuscó en los archivos históricos deportivos y descubrió ciertas irregularidades en los torneos de Copa de Europa.
– ¡No me digas que…!
– Sí, le han quitado al Madrid tantas copas de Europa que ahora el Barça ya le supera en el palmarés.
– ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Se ha hecho justicia!
– Ya puedes dormir tranquilo, viejo.
– Muchas gracias por avisarme. Me has dado una gran alegría. ¡Por fin se hizo justicia!
El anciano se estira en su catre con una gran sonrisa dibujada en su rostro, no tarda en dormirse. Un poco más tarde, el sueño tranquilo se convierte finalmente, con un siglo de retraso, en sueño eterno. Ya debe estar hablando con Caronte, espero que el barquero no sepa de fútbol y no le diga nada, al menos hasta que haya cruzado la laguna Estigia y ya no haya vuelta atrás. Os preguntaréis por qué lo he hecho. No, no hay problema, os lo puedo explicar. Primero, por humanidad, no podía dejar a ese hombre sufrir eternamente. Segundo, por la ciencia, necesitaba confirmar que una longevidad tan extraordinaria se debía a una obsesión enfermiza del sujeto. Y ¿qué cojones? ¿Acaso a vosotros no os parece injusto que un tipo pueda vivir el doble que vosotros solo porque ha hecho un juramento tan estúpido? ¡Es un insulto a la evolución humana!
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