Al entrar en el edificio me encuentro con la señora María, intentando subir el carrito de la compra, lleno hasta los topes, por las escaleras del portal.
– Permita que le ayude.
– Eres un sol, Salva.
– ¡Uf, cómo pesa! Pero…¡Aquí lo tiene!
– Muchas gracias, joven. ¡Y feliz Navidad!
– Feliz Navidad, señora María.
Así soy yo, siempre dispuesto a ayudar a mis vecinos y a todo aquel que lo necesite. Mi mayor ilusión sería convertirme en el último hombre bueno. Como Santa Claus, que con su magia hace realidad los sueños de las personas. Quizás hoy, por fin, lo conozca. Caliento la cena en el microondas y la como mientras escucho los villancicos que suenan en una emisora de radio. Después, agarro a “Charlie” y me siento en mi mecedora delante de la puerta. ¡Sí, puede que este año aparezca!
Unas horas más tarde, en plena madrugada, se abre la puerta de casa. ¿Será él? ¡Sí, es él! ¡Después de tantos años evitándome! Me levanto y me acerco para saludarle. ¡Qué sorpresa se va a llevar el viejo!
– ¡Hola Santa!
– ¡Eh, uh, hola!
– Te estaba esperando.
– Pues aquí estoy.
– Desde hace veinte años. ¿Por qué no venías?
– ¿Por qué no dejas ese rifle?
– ¿A Charlie? Ni lo sueñes. Desnúdate.
– Soy Santa Claus.
– Y yo tu peor pesadilla.
Le doy un fuerte golpe en la cabeza con la culata. El pobre abuelo cae al suelo inconsciente. No os podéis imaginar lo que me cuesta arrastrar al viejo gordo hasta mi habitación de las torturas. Lo ato a la cama por brazos y piernas. Dejaré que se despierte para disfrutar más.
– ¿Dónde estoy?
– En mi habitación favorita.
– ¿Por qué haces esto?
– Porque cuando tú mueras me convertiré en el último hombre bueno.
– ¿El último hombre bueno?
– Me llevó años matar a todos los demás y hacer desaparecer sus cuerpos.
– ¿Cuántos has asesinado?
– No sé, muchos.
– ¿Por qué?
– Pues porque un día mis padres me dijeron que no me traerías regalos hasta que me portase bien. Los maté por decir eso, pero luego, arrepentido, me porté muy bien, y ese año seguiste sin visitarme. Y el siguiente, y el otro. Entonces pensé que, quizás, si mataba a todos los hombres buenos al final te fijarías en mí, y así ha sido. Al principio te pedía juguetes, luego deseos adultos, pero desde hace tiempo solo quiero ser tú, el más bueno de todos. Y hoy has venido a concederme ese regalo.
– En realidad no te traía nada.
– ¿Entonces por qué has venido a mi casa?
– ¿Sabes que me puedo liberar cuando quiera?
– No puedes hacerlo. Te conozco perfectamente y sé que sólo puedes usar la magia para hacer realidad los deseos que te piden.
De repente una niebla dorada envuelve al viejo durante un instante y, al desaparecer, Santa Claus está de pie delante de mi, desnudo pero libre de ataduras.
– Una mujer llamada Carla, que se ha portado muy bien, me pidió que vengara la muerte de su marido. Él era la mejor persona del mundo, según afirmaba ella en su carta. Por eso estoy aquí.
– No puede ser.
– Yo siempre cumplo los deseos de las personas buenas.
– Pero yo soy bueno, ayudo a la gente, doy limosna, voy a misa…
– Siento decirte, Salva, que no eres bueno.
– Entonces ¿Qué soy? – le grito desesperado.
– Hoy eres el regalo de Carla.
No sé de dónde ha sacado el cuchillo, me lo clava una y otra vez. Al principio duele, pero llega un momento en el que mi cerebro se abstrae del dolor y se pregunta ¿Santa Claus me tiene envidia porque soy mejor que él? ¡Sí, eso es, no soporta que yo sea más bueno que él! Y mi último pensamiento antes de desaparecer es de alegría, porque soy el último hombre bueno del mundo y él lo sabe.