Max

-¡Max, despierta! ¡Max, vamos, despierta! ¡Venga, Max! ¡Max, vamos, ya no te aviso más! ¡Max, despierta de una vez! ¡Max, por favor, ya es muy tarde! ¡MAX!

El chico abre los ojos tras recibir el golpe de la almohada sobre su cabeza. Otra vez al instituto, piensa.

– ¡Espabila Max! Tienes el desayuno en la mesa, que no se te enfríe.

La voz se va alejando, su madre ya no está en la habitación.»Debe estar poniéndose los zapatos», aventura Max. En efecto. Unos segundos más tarde, escucha los pasos apresurados que se acercan con otro calzado diferente. Es el momento de levantarse.

– ¡Venga, holgazán! ¡Sal ya de la cama o se te hará tarde y te castigarán!

Max se incorpora sobre el colchón y lentamente se quita la camiseta del pijama. Siguiendo unos automatismos adquiridos durante los últimos años, el joven se asea, se viste y desayuna, en ese orden. Después de dar un beso rápido a su madre y ponerse las deportivas, sale de casa incapaz de recordar si ha desayunado cereales o galletas, o si ha llegado a peinarse y cepillarse los dientes. Incluso, ahora que ya está un poco más despierto, echa un vistazo a su camiseta para comprobar que no se la ha puesto al revés.

¿En qué piensa este chaval de quince años, espigado como un junco y al que le acaban de salir los primeros pelos del mostacho adolescente? Pues en lo que cualquier chico de su edad. Max sueña con fútbol y también con protagonizar aventuras en las que él es un héroe y salva de las garras de los villanos a la chica guapa de su clase, de la que se ha enamorado este curso y tiene miedo de que su madre se entere y le deje en ridículo. Hubo un tiempo en que Amparo lo sabía todo de él, era su segunda piel. Sin embargo, con el tiempo Max se ha ido convirtiendo en una caja de secretos para su madre.

Con paso errático llega al instituto. No es consciente del interés con el que le miran algunas chicas; él ahora mismo solo tiene ojos para esa alumna nueva de cabellos dorados como los suyos, que ha alborotado las hormonas de sus compañeros de curso y, por supuesto, también las suyas. Sin embargo, Max considera que ese ángel vuela fuera de su alcance, pensamiento que le frustra y provoca que últimamente esté de un humor insoportable y su comportamiento en casa desconcierte y preocupe a los adultos. Por suerte sus notas siguen siendo buenas, aunque su madre lo ve cada vez más instalado en las nubes.
Max saca los libros de su mochila, hay un papel doblado en el fondo. El joven lo abre. «Dibuja una sonrisa y que nadie te la borre en todo el día. Te quiero». La nota de su madre le obliga a sonreír durante un segundo. Luego, mira inquieto a uno y otro lado, preocupado por si alguien le ha descubierto. Sin embargo, la mayoría están demasiado dormidos a esta hora como para cotillear con sus compañeros. Max detiene su mirada en la chica que le tiene robado el corazón ¡Cómo le gustaría poder decirle que él es un héroe, que lucha contra un ser de otro planeta que quiere invadir la Tierra y esclavizar a todos sus habitantes! Pero ese tema es alto secreto. Sus ojos grises se alejan de ella antes de que la chica pueda darse cuenta de que está siendo espiada.

– ¡Max, por favor, cierra las persianas!

El profesor de matemáticas saca de repente a Max de sus pensamientos. El chico se levanta y obedece. La oscuridad ocupa rápidamente el hueco dejado por la luz del sol en su retirada. Un escalofrío recorre la espina dorsal de Max al observar como las sombras reptan por las paredes del aula. Viejos recuerdos le traen nuevos temores. Pasea la mirada por sus compañeros para intentar persuadirse de que solo se trata de una paranoia. El profesor continúa borrando los cálculos trigonométricos desplegados en la pizarra durante la última clase del día anterior. Algún alumno bosteza, otros vacían de forma mecánica el contenido de las mochilas sobre sus pupitres. Un grupito ríe mientras comentan entre ellos algo gracioso y observan a otra compañera, Fátima, que mira al frente, a la pizarra, con los ojos tristes. Una lágrima se desliza por su mejilla izquierda. El sentimiento de miedo se apodera de la mente de Max. Está allí, el Cazador de Lágrimas, en su clase. Ha venido a vengarse.

Sin embargo, si ha venido a por él, ¿Por qué está atacando a Fátima? La respuesta no tarda en ser contestada. Max escucha los susurros de sus compañeros de delante. “Mira en la pared, ese dibujo. ¡Es Fátima!” Alguien ha colgado un papel cerca de la puerta de entrada al aula. Se trata de la caricatura de una persona con una prenda negra que le cubre desde la cabeza hasta los pies, como si fuera un fantasma pero en oscuro. Encima del dibujo alguien ha escrito la palabra Fátima. Max se da cuenta de que el problema en esta ocasión no viene provocado por un ser de otro planeta, si no por jóvenes crueles que disfrutan humillando a sus compañeros y compañeras de aula. En este caso en concreto, se burlan de la compañera musulmana que nunca se mete con nadie.

Max intenta no ponerse nervioso. La ira no ayuda a tomar buenas decisiones. Así se le ocurre una manera de darle la vuelta a la situación.

Justo en el momento en el que el profesor ha acabado de limpiar el encerado y se da la vuelta para hablar a sus alumnos, el chico se levanta con un bolígrafo en la mano y, con paso decidido, se dirige a la puerta.

– ¡Max! ¿Se puede saber qué estás haciendo?
– Perdone un momento profesor. Solo será un segundo.

Los chicos que antes se reían ahora observan con indiscreto interés. Aquellos otros que aún no se habían despertado, abren bien los ojos intentando descubrir qué está pasando. Max se detiene junto al papel y dibuja algo en él. Luego se vuelve a su sitio con una sonrisa perfilada en su rostro. El profesor se acerca al dibujo y lo estudia un rato en silencio. Luego le añade algo con su propio bolígrafo.

Al terminar la clase, todos los alumnos excepto Max van corriendo a ver el dibujo. Ahora ya no hay solo la caricatura de una Fátima con burka. A su lado, cogiéndole la mano izquierda, hay el garabato de un personaje flaco y alto con un nombre encima, Max. Y en el otro lado, hay un hombre rechoncho con gafas con el nombre del profesor. Poco más tarde, casi toda la clase se ha dibujado en divertidas caricaturas de ellos mismos en el papel, excepto los cuatro bobos que comenzaron la broma. Max, antes de marchar, coge el papel y se lo da a Fátima. Ella lo recibe con una sonrisa de agradecimiento.

– Gracias Max. Ha sido un detalle muy bonito por tu parte.

Max, también sonríe aunque no sabe qué contestar. Sus ojos grises brillan de alegría porque ha sido valiente para ayudar a una compañera en apuros sin tener que pelearse con nadie. Tiene ganas de volver a casa para poder explicarle a su madre lo que ha sucedido. Y también para decirle que hay una chica que le gusta y que se ha caricaturizado a sí misma cogiéndole la mano derecha y con el rostro mirando hacia él.

JAP Vidal:
Related Post

This website uses cookies.