El rincón más oscuro

 

– Te pondrás bien.

Ella no contestó, permaneció con los ojos cerrados mientras su marido, su compañero, la observaba con rostro turbado. “Te pondrás bien, amor mío”  insistió, con el imperioso deseo de creer en sus propias palabras. La estancia se mantiene  en penumbras, aunque siempre existe un rincón en toda habitación donde las sombras aún pueden ser más negras, cerniéndose amenazantes esperando la ocasión de cobrar vida.

Invisible, latente, la Segadora de vidas acecha desde aquel rincón opaco dispuesta a cobrarse el alma que ha venido a buscar. Las lágrimas vertidas por los ojos del hombre, el dolor marcado en el pálido semblante de la mujer, Ella no entiende de sentimientos; dolor,  amor, tristeza, nostalgia, todas ellas son palabras vacías para el ángel exterminador. Nadie sería capaz de apreciar como sus huesudas manos se alzan poco a poco, los brazos se estiran buscando la vida que envidia, que anhela devorar. Se acerca el momento.

La mujer no es consciente de esa presencia, ni siquiera se da cuenta de que ha sonado el timbre y que su marido ha ido a abrir la puerta.  Ahora las tinieblas custodian su sueño. Se oyen ruidos en el vestíbulo, algo sucede. El marido vuelve a entrar en la habitación, pero un cuchillo presiona su garganta. Detrás suyo un hombre con cara de rata le empuja hacia adentro, sujetándole de un brazo.

– ¿Quién es esta?  ¿Tu mujer?
– Está muy enferma, por favor no le hagas daño. Te daré todo lo que tenemos.
– Calla y vete sacando las joyas. Si intentas joderme la rajo.

El ladrón suelta al hombre y se acerca hasta la mujer que permanece con los ojos cerrados, ajena a lo que sucede a su alrededor, no siente nada cuando le arrancan el collar de un tirón, ni cuando le quitan el anillo de su dedo de forma violenta. El tipo rodea la cama para comprobar si ella tiene alguna pulsera en el otro brazo.

Sin aviso siente un fuerte dolor en su pecho, una mano invisible está apretando su corazón y lo exprime como si fuera un limón extrayéndole hasta su último aliento de vida. La muerte abre su puño liberando a su presa, que cae al suelo a plomo. Al oír el ruido, el marido que estaba buscando las joyas en el armario se vuelve, alcanzando a ver como una sombra regresa a las tinieblas de aquel rincón al que nunca llega la luz. La muerte vino a cobrarse una vida y su hambre ha sido  saciada… por ahora. 

JAP Vidal:

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