El rebaño

– ¡Te digo que lo vi con mis propios ojos!

Nelly estaba desesperada. Su amigo Sam no le creía. Ted, el cordero más viejo del rebaño, pastaba a poca distancia cuando levantó la cabeza con curiosidad.

– ¿De qué hablas, Nelly? – preguntó, mientras masticaba la verde y fresca hierba del prado.
– Nelly dice que vio al pastor preparando la máquina de esquilar – se anticipó Sam.
– ¿Tan pronto? Hace un día muy soleado pero aún queda mucho hasta el verano.
– ¡Eso le he dicho yo y mira cómo se ha puesto conmigo!

Ted pensó que las ovejas negras eran muy raras. Mientras, Sam hizo un gesto a su amiga y ambos se alejaron un poco del resto del rebaño para seguir con la discusión en voz baja.

– Vete con cuidado, Nelly. Lo que dices es muy grave si no tienes pruebas. ¿Seguro que era un lobo?
– No soy tan vieja como Ted pero tengo una edad, Sam. Recuerdo muy bien el día que los mastines arrastraron a la loba moribunda hasta la cabaña del pastor. Desde entonces podría reconocer a un lobo hasta por el olor.
– ¡Pero, Nelly! Es imposible que se hayan infiltrado entre nosotros. ¿Cómo podrían engañar a los mastines?
– ¡No lo sé! Solo te puedo decir que esta noche, mientras todo el rebaño dormía, me llamó la atención el olor de una oveja que se alejaba del rebaño. Observé que se acercaba a la cerca y salía disimuladamente. Antes de escapar de mi vista, cuando debía pensar que nadie le miraba, se quitó de encima la piel de oveja.
– Y creíste ver que era un lobo.
– ¡Era un lobo! Como el que durante tantos años nos estuvo aterrorizando.
– ¿Y cómo pudo engañar a los mastines?
– No lo sé. Algo falla.
– Supongo que tampoco sabrás por qué no nos atacó si ya estaba dentro del rebaño.
– ¿Quién dice que no lo haya hecho? ¿Cuántas ovejas han desaparecido en las últimas semanas?
– ¡No seas paranoica, Nelly! ¡Siempre ha habido ovejas descarriadas!
– ¿Un par cada semana? No puedes negar que son demasiadas, incluso para un rebaño tan grande.
– Sigo pensando que es absurdo.
– Se me ocurre una idea para descubrir si tengo razón.
– ¿Qué vas a hacer?
– Ya lo verás.

Esa tarde, cuando todo el rebaño se preparaba para acceder al establo tras pasar todo el día pastando en el prado, se oyó la potente voz de Nelly.

– ¡Enseñemos las patas al entrar! ¡Todos!
– ¿Por qué? – preguntó Sue, una oveja blanca que no se llevaba bien con Nelly.
– Vamos a comprobar si hay intrusos en el rebaño.
– ¿Intrusos?
– Sí. Venga, mostrad todas las patas como hago yo.

El rebaño estaba acostumbrado a obedecer, así que incluso Sue hizo lo que Nelly decía, mostrar las patas al pasar por las puertas del establo. Sin embargo, un par de ovejas blancas se negaron a entrar.

– ¡Vosotras también! ¡Enseñad las patas! – les exhortó Nelly.
– ¿Qué haces? – preguntó Sam, que se había acercado a Nelly.

Las dos ovejas sospechosas permanecían juntas sin atreverse a pasar. Las ovejas negras comenzaron a gritar al unísono «¡Enseñad las patas!». Sin embargo, la mayoría de ovejas blancas protestaron, molestas por ver como increpaban a otras de su especie. Comenzaron a discutir unas con otras y no tardaron en aparecer los cuatro mastines que cuidaban del rebaño.

– ¿Qué sucede? – ladró el más grande de los perros, Wolf, el jefe de ellos.
– ¡Estas de aquí no son ovejas! – afirmó Nelly con rotundidad.
– ¿Y qué son?
– ¡Lobos! – las ovejas del interior del establo comenzaron a cuchichear entre ellas, atemorizadas.
– ¡Estás asustando al rebaño!
– Tenemos derecho a saber la verdad.
– Tranquilízate, Nelly – le aconsejó Sam, que se había situado a su lado.
– No quiero tranquilizarme. Tengo derecho a  ….

Wolf soltó un feroz gruñido y se puso en posición de ataque. Los otros tres mastines hicieron lo mismo. Todo el rebaño se alejó de las puertas del establo, lo más lejos posible de los perros. Sin embargo, Nelly no se movió ni un centímetro. La tensión duró un largo minuto, hasta que al final los mastines se marcharon. Las ovejas negras jalearon eufóricas a su líder, que se había enfrentado a los temibles perros, que en teoría debían proteger el rebaño de todo peligro. Pero Nelly no parecía satisfecha, al contrario. Las ovejas sospechosas habían aprovechado el momento de pánico para regresar con el rebaño y todo aquello no había servido para nada.

– ¿Es verdad que hay lobos entre nosotras, Nelly? – le preguntó una prima suya, Dorothy.
– Sí – contestó – Pero no tengo pruebas.
– Debemos estar alerta, entonces.

Sam se acercó a las dos ovejas negras.

– Estáis jugando con fuego.
– Sois las ovejas blancas las que jugáis con fuego. Estáis dando cobijo a lobos. ¿No os dais cuenta que también vosotras sois sus víctimas?
– ¡No hay lobos, Nelly!
– Como tu digas, Sam.

Nelly se giró hacia su prima.

– Esta noche reunión de las ovejas negras. Avisa a todas.

Por la noche, todas las ovejas negras acudieron a la reunión en un rincón apartado del establo, lejos de las orejas del resto del rebaño. Sin embargo, no pudieron evitar que una oveja blanca se acercara y escuchara lo que se decía en aquella reunión sin que ninguna se diera cuenta. Nelly no tardó en explicar la razón de la reunión.

– Debemos abandonar el rebaño.

Dorothy tuvo que pedir silencio pues todas las ovejas se alteraron al oír la propuesta de su líder.

– ¿Pero a dónde iríamos? – preguntó una de ellas – El monte está lleno de peligros.
– Y la granja también. Mañana por la noche nos marchamos. Hasta entonces, ni una palabra sobre el tema ni siquiera entre vosotras.

Al día siguiente, el rebaño estuvo pastando sin que se notara la tensión de la noche anterior, ni los planes para la noche siguiente. Pero por la tarde, cuando el rebaño regresaba al establo, los mastines le impidieron el paso a Nelly y se la llevaron. Sam estuvo discutiendo con ellos, aparte, y luego habló para las ovejas y corderos.

– El pastor se ha enterado por los mastines del nerviosismo de Nelly y ha querido tranquilizarla en persona. No os preocupéis, hoy dormirá en su regazo y mañana estará entre nosotros.

Cuando por la mañana regresó Nelly, las ovejas negras, preocupadas, fueron a recibirla en el prado. También se acercó Sam.

– ¿Cómo estás, Nelly? – preguntó Sam.
– ¿Dónde está Dorothy? – preguntó ella, seria, con la mirada perdida.
– Ha huido.
– ¿Cuándo?
– Mientras dormíamos. Desapareció en la noche.
– ¿Otra oveja negra descarriada? – preguntó a Sam, muy seria.

Nelly no dijo nada más, buscó un rincón apartado del resto del rebaño para pastar en soledad. Sam la observó durante un par de horas. La oveja negra no levantó en todo ese rato la vista del suelo ni una sola vez. El cordero se le acercó, preocupado.

– ¿Qué te ocurre, Nelly? ¿Estás bien?

La voz de Sam le llegaba lejana, a pesar de encontrarse a menos de un metro de distancia. Nelly levantó la cabeza. Admiró la belleza del verde prado, que sus lágrimas convertían en un maravilloso caleidoscopio. En uno de aquellos poliedros se reflejaba la silueta de un mastín, que la observaba, serio, a varios metros de distancia.

– Ayer no vi al pastor. Los mastines me llevaron a sus perreras y … al final perdí la consciencia. 
– Lo siento Nelly.
– Tú sabías que íbamos a abandonar el rebaño.
– ¿Qué quieres decir?
– Vi como nos espiabas desde las sombras la noche de la reunión.

La oveja se giró y miró al rostro de su mejor amigo dentro del rebaño. Observó que sus ojos estaban vacíos, sin brillo, como en la mayoría de las ovejas. A excepción de las más pequeñas y también de las más rebeldes, el resto de ovejas del rebaño no tenían brillo en su mirada, no tenían vida. Por eso odiaban a Nelly, envidiaban su rebeldía, su ilusión. Sam también la envidiaba.

– Tú nos traicionaste.
– Te juro Nelly que no…

Sam no pudo acabar la frase. Nelly le golpeó con sus patas delanteras en toda la cara, una y otra vez. El mastín que vigilaba a Nelly se dio cuenta e intentó actuar pero las ovejas negras le atacaron, impidiéndole acercarse. Nelly seguía golpeando a Sam, que dobló las patas incapaz de plantar cara al ataque de ira de la oveja negra. Sin embargo, las ovejas blancas, aunque tarde, reaccionaron. Comenzaron a atacar a las ovejas negras que obstaculizaban al mastín. Sue corrió a avisar a los otros mastines. Nelly dejó a Sam y huyó a través del prado, tenía que alcanzar el bosque. Pero gracias a Sue y al resto de ovejas blancas, los mastines pudieron reaccionar rápido y alcanzaron a Nelly y a las otras ovejas negras que habían intentado escapar. Ninguna de ellas alcanzó el bosque. Todas fueron llevadas al establo excepto Nelly. A ella la llevaron a la cabaña del pastor. Le obligaron a entrar y allí la dejaron. 

Nelly nunca había estado en el interior de la cabaña. Nada más entrar, clavada en la pared principal, vio la piel de un lobo. Era, sin duda, la loba que un par de años atrás habían atrapado los mastines. La estancia olía a sudor humano, a sangre y a otro olor que recordaba muy bien.

– Hola Nelly.

Vio al pastor en el lado de la cabaña donde se encontraba la cocina. Estaba cortando algo sobre la mesa de madera, con un gran cuchillo. 

– ¿Has vuelto a portarte mal? 

El humano seguía trabajando con el cuchillo sin detenerse mientras hablaba. 

– No me dejas más remedio que dejar a mis cachorros que decidan tu suerte, como hicieron con tu prima Dorothy.

Terminó de cortar con el cuchillo y levantó un trozo de carne roja. La sangre corría por su mano. En ese momento, de la oscuridad surgieron un par de lobos, caminando al trote hacia el pastor. El hombre les tiró el trozo de carne y ellos se pelearon por él.  

– Cuando los mastines me trajeron a la loba moribunda, me encontré con que estaba a punto de parir. Rescaté a dos de los cachorros y los alimenté con vuestra leche primero, y luego con vuestra carne. En un principio yo mismo escogía la oveja a sacrificar, hasta que ellos fueron suficientemente mayores como para introducirse en el rebaño y seleccionar sus presas. No tenías que haber metido las narices, Nelly. Tú eres demasiado vieja para su gusto…

Uno de los lobos se apoderó del trozo de carne y el otro se quejó con un lastimero gemido. El pastor le hizo una señal al lobo perdedor y este se giró hacia Nelly. El depredador comenzó a trotar hacia ella.

…Pero también es verdad que cuando hay hambre, no hay carne dura.

JAP Vidal:

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    • Creo que es aplicable a la sociedad actual y seguramente a todas las anteriores. El rebaño, el gregarismo, siempre ha existido. Comenzó como una necesidad para la supervivencia de un colectivo, pero en algún momento evolucionó hacia una nueva réplica de la naturaleza con depredadores y presas.

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