No recordaba haber visto antes aquel ejemplar en las estanterías de mi biblioteca. Si mi mano nunca lo hubiese rozado, si jamás le hubiera prestado atención…
“TU LIBRO” era el título impreso en letras mayúsculas doradas sobre su oscuro lomo. Las tapas eran negras y aterciopeladas como las del Necronomicón.
Impaciente, me dispuse a leerlo de inmediato y, asombrado, confirmé que, en efecto, narraba mi vida. No podía frenar su lectura obsesiva, empujado por el deseo, no, la necesidad, de descubrir hasta dónde me llevarían sus hojas. No tardé en alcanzar el momento redundante en el cual me observaba a mi mismo digiriendo, excitado, los párrafos de aquel misterioso libro. En ese punto, la angustia y el pánico que de repente me embargaron no me dejaron continuar: tan solo me quedaban tres páginas para llegar al final. ¿Se podría explicar el resto de mi vida en tan pocos párrafos? ¿Pudiera ser que ese libro fuese mi sentencia de muerte?
He tardado varios días hasta tomar una decisión. En un principio mi pensamiento se bloqueó. Luego pensé que, si no lo terminaba, quizás, el libro no me afectaría. Al final he decidido enfrentarme cara a cara con el destino, completar la lectura y aceptar la condena que esas últimas lineas me deparen. Retomo la lectura donde la dejé.
Las dos siguientes páginas me han llevado por un fiel reflejo de lo que han sido para mí estos últimos días, mis pensamientos y temores, mis lágrimas y mis noches sin dormir.
Ya solo me queda pasar a la última de las páginas.
El sudor cae por mi frente.
Noto una leve presión en mi corazón.
Siento como los dedos de la mano se me agarrotan, a duras penas consiguen girar la hoja para que pueda leer:
“Continuará….”