16 de mayo de 2028, 17:00 horas. En una oficina cualquiera de Barcelona.
– ¡Felicidades Sergio!
– Gracias Isabel.
– ¿Y cual es tu plan mañana? ¿Ya sabes lo que vas a hacer?
– ¿Mañana? He pensado que será un buen día para practicar deporte.
– ¡Qué buenas que están las croquetas! ¿Dónde las has comprado?
– En una tienda de reparto a domicilio. Les salen muy bien.
– Pues ha sido todo un acierto para esta fiesta. Esas tiendas tienen muy buenos productos, lástima que todas ellas exploten a sus trabajadores.
– Tienes razón.
– Disculpa, antes te he cambiado de tema. Así que, ahora que te jubilas, vas a aprovechar para hacer deporte, dices.
– Mañana mismo empiezo.
– Con la de años que llevamos trabajando juntos y ni siquiera sabía que te gustase el deporte.
– Bueno, es que hasta ahora no tenía tiempo para practicar bicicleta.
– ¡Bicicleta, qué bien! Es un deporte muy sano. Perdona pero me hace gracia imaginarte con pantalones cortos y marcando…
– ¡Qué mala eres Isabel! Cómo te aprovechas que mañana ya no seré tu jefe.
– Te echaremos de menos.
– Gracias. Pero no te preocupes que seguro que nos volveremos a ver.
– Sería genial. Matías, el nuevo jefe es un capullo y ya estamos planeando como fastidiarle. Te avisaremos para todas las celebraciones que hagamos y a él no le invitaremos. Cuando se entere se pondrá como una moto.
– Eso me lo hacíais a mí cuando me ascendieron.
– ¿En serio? No lo recuerdo ¡Si tu siempre fuiste muy bueno con nosotros!
Detrás de su sonrisa de complicidad, Sergio esconde el recuerdo muy presente en su mente del día en que Isabel se chivó al director de que él había llegado una hora tarde al trabajo. Aquel día había tenido que ir al médico y, por suerte, ya había tenido la precaución de avisar a su superior. Así había sido la vida siempre en aquella oficina, una jungla repleta de depredadores sin escrúpulos, más falsos que las auditorías que realizaban. Por fin iba a poder mandarlos a todos al carajo. En unos minutos iba a abandonar aquellas dependencias iluminadas por una luz artificial de palidez espectral y podría pasarse todo el día al aire libre, disfrutando de esa bicicleta que solo ha visitado en los últimos años para sacarle brillo.
17 de mayo de 2028, 08:00 horas. En una empresa de reparto a domicilio de Barcelona.
– ¡Buenos días, chicos! Me presento, soy Julio Greña, responsable de personal de Hermes Wings, la mejor empresa de reparto a domicilio de Barcelona. Vosotros sois, a ver si no me equivoco, Andrés, Sergio y Juan ¿Correcto? Mañana uno de vosotros será miembro de nuestra familia, una nueva ala de Hermes Wings. Tendrá este privilegio aquel que hoy complete antes este reparto de prueba. Los tres iréis a la misma empresa a entregar unos almuerzos. Es importante también que la mercancía llegue en buen estado, si no quedaréis descalificados.
Sergio observa a sus competidores. Andrés es un chico de unos veinte años, seguramente un estudiante con necesidad de un dinero extra mientras cursa la carrera que ha de garantizarle un porvenir fuera de este país sin futuro. Por el contrario, Juan parece ser un caso similar al suyo, un pensionista que necesita completar su pensión de mierda con otro sueldo, un «minijob» que debería ser de tres o cuatro horas al día pero que en la práctica se convierte en una jornada completa de ocho horas por el abuso de las empresas, que saben que tienen la sartén por el mango y el beneplácito de un sistema neoliberal perpetuado en el poder.
– Nuestra empresa, comprometida con el medio ambiente – continua su discurso promocional el señor Greña – no utiliza energías contaminantes, por eso nuestros repartidores circulan en bicicletas y patines. Podéis escoger vuestro medio de transporte, lo que os sea más cómodo. Lo innegociable es que la comida ha de llegar en perfecta presentación al cliente. ¿Tenéis alguna pregunta sobre vuestro trabajo?
– ¿Cuál es el horario de trabajo?
Es la clásica pregunta que ningún veterano se atrevería a formular. Andrés demuestra ser muy valiente o poco pillo, errores de juventud. Sergio observa la bicicleta de carreras del chico, una máquina que cuesta más dinero de lo que el chaval ganará en cinco años trabajando en esta empresa. El casco es otra maravilla, quizás más valiosa que la misma bicicleta ¿De verdad necesita este trabajo? Quizás ambas cosas son regalos de sus padres. Juan, por su parte, lleva unos patines de linea que a cualquiera que lo viese le daría por pensar que ha perdido a su nieta de diez años por el camino. Sergio, sin embargo, tiene una bicicleta de más de veinte años, poco usada pero tan mimada como esa nieta que él nunca tuvo.
– La jornada laboral es de seis horas, tres por la mañana y tres por la tarde, seis días a la semana. Por supuesto, se presupone que algunos días la jornada se puede alargar un poco según la demanda. Esos días se pide a cocineros y repartidores que sean comprensivos y hagan un esfuerzo extra.
– ¿Pero se nos pagará ese esfuerzo extra?
Andrés está tensando demasiado la cuerda. El señor Greña tuerce el gesto sin disimulo alguno. Su media melena canosa junto con su americana de color azul celeste y la camisa blanca impoluta, le dan una imagen de elegancia y soberbia.
– No son esfuerzos retribuibles. Pero no te preocupes porque son voluntarios. Si no podéis hacerlo no se os exigirá. ¿Alguna pregunta más? ¿No? Pues entonces vamos a hablar de la prueba. Tenéis que ir a esta dirección y entregar estos paquetes de comida. Son las oficinas de nuestra empresa, donde se toman los pedidos y donde también se ubica mi despacho. Preparaos porque en un par de minutos salís. El primero que llegue y entregue el pedido en perfecto estado se lleva el puesto de trabajo.
Los tres se colocan los cascos y las mochilas con los pedidos. Sergio observa a Juan, un anciano en patines. Se pregunta si él también estará tan ridículo en su bicicleta con tejanos cortos, camiseta y casco. Llega a la conclusión de que lo absurdo no son ellos, lo ridículo es que a su edad estén obligados a hacer esto para poder sobrevivir después de toda una vida trabajando.
– ¿Listos? – pregunta impaciente el señor Greña.
Todos se ponen en sus puestos. El chico, Andrés, está tocando unos mandos en su manillar. Se da cuenta de que Sergio le mira.
– Estoy configurando el GPS de mi casco – le explica a Sergio mientras sonríe.
El viejo no dice nada, su casco es de lo más básico, solo sirve para evitar que sus sesos se desparramen por el cemento.
– ¡Ya!
Los tres aspirantes a repartidores salen a toda velocidad. Cruzan las primeras cinco calles separados a muy poca distancia, el joven un poco más adelantado a los dos ancianos. De pronto Sergio gira a la izquierda, mientras sonríe porque conoce un atajo que el GPS de Andrés no detecta. Sin embargo, Juan le ha seguido. Sergio acelera para intentar despegarse pero los patines de su adversario son tan rápidos como su bicicleta. Juan se convierte en su sombra. Diez minutos más tarde, los tres vuelven a coincidir en la recta final. Andrés los ve aparecer doscientos metros por delante de él, aprieta los dientes y lanza un sprint suicida en un intento desesperado por darles alcance. Cuando Sergio aparca la bicicleta de cualquier manera, Juan aprovecha para sacarle una pequeña ventaja sin quitarse los patines. Sin embargo, trata de subir unos cuantos escalones de manera torpe y Sergio está a punto de alcanzarle cuando, de repente, Juan cae de bruces sobre las escaleras. Es la oportunidad de Sergio, tiene vía libre para ganar. Juan no se mueve, permanece tendido boca abajo. Sergio lo adelanta, continúa directo hacia la victoria. Y se detiene. Vuelve hacia atrás y se agacha junto a Juan. En su juventud, Sergio aprendió a realizar masajes cardíacos que ahora aplica sobre su competidor. Mientras tanto, Andrés ya ha aparcado la bici y se acerca corriendo a toda velocidad a ambos ancianos. La victoria parece que al final va a ser suya. Juan despierta y Sergio respira aliviado. Andrés salta por encima de ellos pero tropieza con un pie y se estampa contra el suelo. A Sergio le ha parecido ver como Juan levantaba la pierna para entorpecer al joven. Ahora están todos en el suelo, pero Andrés es más ágil y se levanta más rápido. Corre los diez metros que le separan de la puerta, de la meta. Pulsa el timbre y aparece Julio Greña, sonriente.
– Vaya, parece que la victoria ha sido para el joven Andrés.
El chico sonríe prepotente mientras abre su bolsa y le entrega la mercancía al cliente ficticio. Al ver el estado de la comida, Julio Greña se pone serio, muy serio.
– No puedo aceptar este pedido. Ha llegado en un estado lamentable. Quedas eliminado.
Los dos ancianos se acaban de levantar del suelo, ayudándose uno al otro. Caminan hacia Julio Greña y el derrotado Andrés. Sin embargo, Juan se queda un poco por detrás, cediendo a Sergio el segundo puesto. Este le da las gracias, pero Juan le resta importancia con un gesto de su mano.
El señor Greña alarga la mano y Sergio le entrega el pedido, que no ha sufrido ningún desperfecto.
– Bienvenido a Hermes Wings, Sergio. Te deseamos una larga y productiva carrera en nuestra empresa.
Sergio no sabe si sentirse halagado o maldecir su suerte. El caso es que a partir de ahora podrá disfrutar de muchos días de deporte al aire libre.