El ente sombra

Las dos de la tarde de un tórrido día de verano. Ni un ser vivo en la calle. Hasta ahora. Junto a la persiana cerrada de una librería aparece una sombra desubicada, fuera de lugar. Ocupa un espacio pequeño, de unos cinco centímetros de diámetro. No, no tan pequeño, serán quizás unos diez centímetros…¡Rectifico! De manera lenta pero constante, la oscuridad se estira y estira como si despertara de un largo sueño o se relajara tras completar un largo viaje. Si algún insensato se atreviera a pasar en este momento junto a la tienda de libros y se percatara de su presencia, podría tomarla por una extensa mancha de aceite de motor en plena acera, un ejemplo más del incivismo urbano. El sentido común le impedirá descubrir la siniestra realidad: esta mancha es una forma bidimensional, oscura e inteligente, que repta como una serpiente hacia el extremo de la acera mientras su superficie se expande en todas las direcciones. Cuando alcanza el bordillo, la sombra mide cerca de dos metros de uno a otro extremo.
La forma baja de la acera y se desliza entre las rejillas de una cloaca, fundiéndose con las tinieblas de su interior. Ahora se siente más protegida, oculta a la vista de posibles enemigos. Sin embargo. aún sigue confusa. ¿Dónde está su ejército de entes sombra? Sin él no podrá colonizar este planeta rico en recursos. Esta sombra es la mente que coordina millones de seres oscuros, cada uno de ellos capaz de dominar los sentimientos de mentes más frágiles, más sencillas, como las de ese planeta azul que les enseñó aquel niño ermitaño. ¡El niño! ¡Le engañó! Seguro que su ejército lo ha castigado como se merece. Pero eso no soluciona nada. Tiene un problema. Necesita encontrar una puerta como la que le ha traído hasta aquí, aprender cómo funciona, y entonces podrá recuperar a su ejército invencible. La sombra volverá a estar completa. Pero primero ha de alimentarse, está débil, apenas puede reptar. En este agujero no hay nada que le pueda alimentar. Sin embargo, a través de las canalizaciones detecta la presencia de un ser vivo.
La rata limpia su rostro en el sucio río subterráneo. De pronto el roedor se detiene, se estira en el suelo y comienza a llorar. Si alguien piensa que los roedores no lloran es que jamás se ha parado a pensar que son mamíferos como los seres humanos, tienen su pequeño cerebro, inteligente y sensible ¿Por qué no iban a poder llorar pequeñas lágrimas de tristeza o de miedo? Lágrimas que caen justo encima de la sombra del roedor. El pobre animal, cuando ya no le quedan más lágrimas, se lanza al gran reguero de aguas pestilentes sin hacer ningún esfuerzo por mantenerse a flote. Muere ahogada por su tristeza. La impostora sombra, por el contrario, permanece allí donde la rata descansaba, asimilando la energía que le revitaliza. Necesitará absorber la vida de muchos más animales de este tamaño antes de salir al exterior y enfrentarse con garantías de éxito a un mundo desconocido.

Días más tarde nos encontramos en un puente que atraviesa un caudaloso río que cruza la ciudad. Aquí, un mendigo se prueba el abrigo marrón claro que le ha regalado una viuda generosa. Está feliz porque este abrigo le ayudará a protegerse del duro invierno que está a punto de llegar. Solo hay un problema, que la prenda no le pega con el sombrero de fieltro y los zapatos rojos que le regalaron la semana anterior. En un principio piensa que tampoco pasa nada porque no combinen, que mientras él esté caliente poco importan las apariencias. Sin embargo, el abrigo le trae a la memoria los tiempos en que las apariencias lo eran todo para él, más importantes incluso que la familia o las amistades. Hasta que lo perdió todo. «¡Seré tonto! Con las lágrimas voy a manchar el abrigo», piensa. Se lo quita y está a punto de tirarlo al río.  Se detiene porque otro pensamiento ocupa su cabeza: «No es el abrigo lo que merece acabar en esas aguas oscuras». Se quita el sombrero y los zapatos rojos, por si alguien puede aprovecharlos, los lanza con desidia a unos metros de distancia  y se prepara para saltar al río. En ese momento, una de las dos sombras del hombre se libera de su figura para pegarse a los zapatos. El hombre parpadea como si despertara de un sueño. Mira el abrigo, luego los zapatos y sale huyendo a toda prisa del puente. Le ha salvado la vida la curiosidad del ente sombra, al que de repente se le ha ocurrido una idea.

A partir de este momento, el ente sombra oculta su oscuridad bidimensional bajo un sombrero de fieltro, un abrigo marrón con las solapas levantadas y los zapatos rojos que desvían la observación de los curiosos hacia el suelo. Siempre pegado a las paredes, deslizándose sobre ellas, buscará sin descanso la puerta que de acceso al planeta azul a su ejército oscuro. 

JAP Vidal:
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