«Les avisé de la llegada del Diablo y todos se rieron de mí. Cuando mucho tiempo después salí de mi escondite, sus calaveras aún seguían sonriendo.»
El año de la rata es el correspondiente al primer signo del horóscopo chino. Se le supone un año positivo, perfecto para comenzar nuevos proyectos, para cambiar la vida de forma radical. Sin embargo, los cambios a menudo comportan sacrificios que pocas veces estamos dispuestos a afrontar. Puede que por tal razón, el año de la rata del dos mil veinte del calendario occidental será recordado en el futuro como mi año. ¿Qué quién soy yo, te preguntas? Seguramente pienses que soy la Muerte o Dios o, por el contrario, el mismo Diablo. No, soy algo peor, más temido, soy lo que se siente cuando se entra en un túnel oscuro. Pero por ahora, simplemente soy la voz narrativa que te guiará por algunas de las desgracias y de los milagros que aquel año acontecieron. Me gustaría comenzar a contarte esta historia, con tu permiso, por lo que parecería el desenlace, por la luz al final de aquel túnel.
Llegó el día en el que la pesadilla terminó. La gente pudo salir de sus casas y regresar a las empresas, a los colegios, a los comercios. Todos ansiaban volver a vivir. Yago no era una excepción. Su empresa le había despedido temporalmente cuando tuvo que cerrar porque el negocio no podía seguir funcionando en aquellas condiciones. Se pasó todo el confinamiento en su casa, saliendo solo a comprar mientras se permitió que las tiendas de alimentación estuvieran abiertas. Después, cuando llegó el apagón general y todo quedó cerrado a cal y canto, solo le quedó dar vueltas como un tigre enjaulado en los dos metros cuadrados del balcón que tenía. Por suerte esa etapa no duró mucho, no hubiesen podido sobrevivir, de hecho muchos no lo consiguieron, pero eso ya será otra historia que te contaré. El hecho es que por fin un día, el gobierno dio la noticia esperada durante mucho, mucho tiempo: al día siguiente se levantaría el toque de queda y la población podría salir de sus casas. Ese mismo día, Yago recibió una llamada de su antiguo jefe para confirmarle que le esperaba el lunes de la semana siguiente en la oficina. «Hay mucho trabajo a hacer, todo el mundo va a necesitar de nuestro servicio después de tanto tiempo de parón obligado. Yago, lo hemos pasado muy mal, todos, pero ahora se abre ante nosotros un mundo nuevo de oportunidades», dijo su jefe. Quizás fuera ese el día más feliz en la vida de Yago.
Llegó el lunes y Yago entró por la puerta de la oficina. Allí estaban todos sus viejos compañeros ¡Qué cambiados! Algunos habían aprovechado para cambiar su imagen de manera radical, rapándose al cero, dejándose melena, barba o unos bigotes dignos de un mosquetero del rey Luis XVI. La mayoría parecían estar en muy buena forma, habían aprovechado el parón para tonificar sus cuerpos o hacer dieta. Todo eran risas y lágrimas de alegría pero sobretodo abrazos. En aquellos momentos, los abrazos eran el símbolo de la victoria ante la enfermedad. Por fin la gente podía volver a tocarse, abrazarse, acariciarse o besarse. Había una obsesión por el contacto, por aquello que les había estado prohibido durante tanto tiempo.
Y entonces alguien preguntó ¿Y Alberto? Los abrazos, cesaron. Las risas también. Las lágrimas no. Alberto, Clara y David no estaban. El jefe les explicó que la semana anterior, al llamar a sus casas se enteró de que la enfermedad se los había llevado, como a otros muchos. En ese momento todos pudieron sentir mi presencia, de nuevo.
Como dije antes, todo cambio suele conllevar un sacrificio de algún tipo. El año de la rata comportó un sacrificio muy grande ¿Valió la pena? Dependerá del precio que tuviera que pagar cada uno y de lo que obtuviera a cambio.