Me fijé en aquel abuelo de barba blanca sentado en el banco y dando de comer a las palomas. Su cara reflejaba cansancio pero también relajación, la que proporciona el trabajo bien hecho. No me costó mucho reconocerle aunque ahora se presentara como un anciano anónimo, sin su mono rojo de trabajo. Digamos que un aura de bondad le rodeaba y que por mucho que intentara pasar de forma discreta entre la gente normal le era imposible. Se veía de una hora lejos que se trataba de un hombre bueno, el típico abuelo que todos querríamos tener, vamos, como el de Heidi.
Me acerqué a él y me senté justo a su lado en el banco, disimuladamente, comenzando a lanzar a las palomas las miguitas de la barra de pan que acababa de comprar. Me sentía bien a su lado, reconfortado, para mí eso ya era un gran regalo, un buen chute de energía positiva transmitida por la cercanía de aquel ser. Tras estar un buen rato, los dos sentados al sol, alimentando las palomas, él me miró y me dijo:
– ¿Qué? ¿Necesitas algo más de un servidor? ¿Ya estás satisfecho con tu regalo?
Me sorprendió que fuese tan directo y no pude más que balbucear un simple sí.
– Pues entonces ya puedo marcharme a descansar a mi Laponia del alma. No sé si el próximo año podré volver.
– ¿Se encuentra bien? – le pregunté yo.
– Bueno, digamos que no envejezco como vosotros, mis arrugas las provocan las cosas negativas del mundo, aquellas que no puedo eliminar con mis regalos. La tristeza, la maldad, el dolor, el egoísmo, son algunos de los factores que me afectan negativamente, y estamos llegando a un extremo en el cual veo peligrar mi vida. Cada vez hay más gente triste y llena de dolor en el mundo, y yo no puedo hacer nada por arreglarlo.
– ¡Sí que puede!
– ¿Sí puedo?
– Por supuesto. Regale bondad a la gente mala, seguro que si ellos descubren lo que significa ser bueno no querrán renunciar a ello. La bondad es como una droga que llena el alma de satisfacción. Con usted ha funcionado durante siglos, aunque su naturaleza no es mala, claro, quizás con ellos cueste más, pero seguro que al final se rendirán al encanto de ser buenas personas.
– No es mala idea, el año que viene lo haré.
– ¿ Cómo que el año que viene? ¡¡¡Empiece ya!!!
– Lo siento pero mi convenio laboral no me permite trabajar fuera de Navidad.
El abuelo se levantó del banco y se marchó sin mirar atrás.