El viento aúlla en esta noche de difuntos.
El viejo alcalde se despierta con el sobresalto de un golpe. La ventana se ha abierto de par en par y la corriente de aire frío transporta sobre sus lomos un nombre, pregonándolo por toda la estancia.
RAAMOON
– No puede ser.
El alcalde escucha la voz de la noche, detiene su respiración para poder confirmar si el viento le habla a él.
RAAMOON
Una nueva ráfaga le transporta la respuesta. El vello de la nuca se le eriza.
– ¡Joder, otra vez no, joder!
Desearía esconder su cabeza debajo de las sábanas, pero eso hizo el año pasado y tuvo que soportar el ulular del viento hasta el amanecer, sin poder dormir. No, esta vez se enfrentará a sus miedos. El alcalde se levanta de la cama y su pie descalzo se posa sobre el frío parqué. La madera cruje a cada paso que da.
RAAMOON
Insiste el viento. Él se asoma por la ventana y lo ve allá abajo, al otro lado de la calle, observándole. Lleva el mismo traje gris que llevaba el día del fusilamiento.
– ¡Maldito seas, cabrón!
El viejo alcalde escupe las palabras con toda su rabia. Se aleja de la ventana en dirección al armario donde guarda la escopeta de caza. La carga y vuelve hacia aquella ventana, ahora callada. El viento parece haber cesado de repente. “Seguro que el bromista se ha largado ya”, Ramón mira por la ventana pero ante su sorpresa, el hombre sigue allí. Ni siquiera huye cuando el alcalde abre la ventana y asoma la boca de su escopeta.
Dispara. El hombre del traje gris ni se inmuta. “Juraría que le he dado” piensa el alcalde, que comienza a sudar a pesar del frío que ha invadido su habitación. El extraño, hace una señal al anciano, exhortándole a bajar a la calle. “¡Ahora verás, malnacido!”. Baja las escaleras y cuando abre la puerta de la casa ve que el hombre está alejándose poco a poco. Cojea, igual que cojeaba Pedro.
¿Quién eres?”, grita, pero el hombre no se gira, sigue caminando, y el viejo alcalde detrás de él, sin acercarse demasiado, temeroso de lo que pudiera descubrir. “Bobadas, no es más que un bromista con ganas de liarla” se convence a sí mismo, intentando calentarse el espíritu mientras su cuerpo se congela al arreciar el viento nuevamente.
El cojo llega a la verja del cementerio, que está abierta. ¿Por qué está abierta? Siempre se mantiene cerrada a cal y canto con una cadena que ahora está tirada en el suelo. El anciano camina hacia el camposanto pensando en el cojo. “Como me recuerda a Pedro”, ese era su nombre antes que él mismo diese la orden de fusilarlo, a él y a otros cinco hombres, acusados de colaborar con los maquis. “Por rojos”. Fue hace muchos años, cuando la venganza era el pan de cada día y la sangre corría generosa. Nunca nadie vino a exigirle cuentas por esas muertes, aquellos hombres fueron olvidados por todo el pueblo. Sus familias huyeron y los cuerpos acabaron en una fosa común, en una esquina del cementerio. Y el cojo se dirige hacia ese rincón. Al llegar, Ramón observa con terror que la tierra de la fosa ha sido removida. De repente, se ve arrastrado por una fuerza invisible hasta el borde de la tumba. No quiere hacerlo, pero una fuerza superior domina su mente, obligándole a mirar dentro. Allí abajo están los huesos, las calaveras, de aquellos hombres que una vez fueron sus vecinos; los odiaba porque no le respetaban, porque no se sometían a su poder, porque nunca se arrodillaron como sí hicieron los demás. Ellos se lo buscaron.
Ramón sigue observando esos restos, desearía regresar a casa, pero no puede. Su cuerpo se ha entumecido y las órdenes del cerebro no llegan a las piernas. Alguien le empuja y Ramón cae dentro de la fosa. Ha sido el cojo ¿Pedro? No puede ser, ese hombre murió hace muchos años. El extraño se asoma a la fosa pero su rostro es más oscuro que una noche sin luna. Comienza a caer tierra dentro de la fosa, están intentando enterrarle vivo. Ramón lucha con todas sus fuerzas por salir, pero algo lo retiene, él juraría que son los huesos de la fosa que han recobrado la vida para vengarse.
RAAMOON
Esta vez son varias las voces que claman su nombre al unísono. Y el viejo alcalde sabe que esta noche de difuntos pagará con su alma el precio de la sangre derramada en el pasado.
Por la mañana todo el pueblo busca sin éxito al “Señor Alcalde”, el hombre que había mandado durante decenios en aquel pueblo hasta que llegó la democracia, y luego siguió moviendo los hilos desde un segundo plano. Algunas viejas comienzan a cuchichear algo de un castigo divino. Pocos hacen caso y la mayoría creen que se ha marchado al Caribe con una jovencita de una mano y en la otra una maleta llena de dinero para disfrutar al máximo lo poco que le queda de vida.
A nadie se le ocurrirá buscar sus restos en aquel rincón del camposanto, en una fosa intacta desde hace más de medio siglo.