Kenia sonríe satisfecha mientras contempla su «collage». Decenas de fotos ocupan hasta el último centímetro de su “corner” de comida, mostrando los rostros de trabajadores simpáticos a los que ella cada mañana ofrece cafés, almuerzos y sonrisas. Personas que le pagan, por un lado, la comida con «tickets restaurant» y, por otro, la amabilidad con un «selfie». Inocentes, ellos, se ofrecieron de forma tan generosa como irresponsable a posar en instantáneas que han dejado sus almas a merced de esta misteriosa mujer de la isla de la Española.
Finalmente, ha llegado el momento de la venganza para la dulce y amable vendedora. ¿Cuál de estos rostros será el primero en sufrir un poquito? Se decanta por la foto del chico que un momento antes se ha quejado de que le había puesto poco salchichón en el bocadillo. “Ahora verás”. Kenia deja caer una gota de café ardiendo sobre la foto del joven que está sentado a unos metros de ella y que habla relajado con sus compañeros de mesa. Espera que se levante de un salto, aullando de dolor, sin embargo, se levanta de un salto, pero enfadado consigo mismo porque se ha tirado el café encima, manchándose la camisa y los pantalones.
Kenia maldice su inexperiencia. El efecto no ha sido el deseado, pero no pasa nada, ella sonríe de nuevo. No tardará en dominar las oscuras artes del vudú. Y entonces…
Comedia
A puerta fría
Otro día en este trabajo de mierda.
Otra escalera de mierda con vecinos de mierda. Lo más seguro es que esté lleno de viejas sordas que ni se enteren de que suena el timbre. Y las que solo sean medio sordas me mirarán por la mirilla sin decir nada, o peor, gritando “quién es” y me tendrán diez minutos explicándoles quién soy hasta que se enteren y digan “no, no quiero nada, y la vecina de al lado tampoco, que es sorda”. Suerte que de vez en cuando algún pringado que no se entera de nada me abre como quien abre la nevera y cuando se da cuenta “¡Zas!”, contrato firmado. A ver si hay suerte con estos cabrones.
Lo primero de todo es estar atento y esperar disimuladamente a que alguien entre o salga del edificio. La experiencia me ha enseñado que si utilizo el interfono pongo en alerta a la gente y luego no me van a querer abrir la puerta de su casa. Es mejor llamar a la puerta directamente, que de la sensación de que tengo permiso para merodear por el edificio. Me quedo a un par de metros de la puerta, con la libreta en la mano, simulando que apunto algo. Sale una chica, ¡perfecto!, aprovecho a entrar, serio, sin mirar a la chica, no le doy ni las gracias, ha de parecer que reboso confianza. Cojo el ascensor y subo hasta la última planta, y luego iré bajando hasta completar todo el edificio.
En la planta más alta solo hay dos viviendas. Pico el timbre de una de ellas, dos, tres veces seguidas. Además, para presionar un poquito, golpeo con los nudillos en la puerta “toc toc toc”, que se den prisa que uno tiene mucha faena por delante. Nadie contesta. Vuelvo a picar el timbre un par de veces y a golpear con los nudillos, “El gaaaas”. Ni puto caso. La tele está a tope, oigo a la Terelu Campos claramente. La «vieja sorda como una tapia» vive en este piso. Más vale que pase al siguiente.
Riiing, Riiiing, Toc, toc, toc. También se oye la tele, pero el sonido queda casi tapado por completo por la voz de la Terelu que sale de tele de la sorda. Oigo unos pasos, se paran delante de la puerta, noto como me miran por la mirilla. No dicen nada. La desconfiada. Vuelvo a llamar al timbre, esto las pone muy nerviosas, Riing, Riiing, y un par de Toc Toc más. Miro descaradamente a la mirilla, “El gaaaaas”.
– ¿Qué quiere? – es la voz de un hombre, vaya, me había equivocado.
– El gas, abra la puerta por favor. – le planto en la mirilla mi carnet de pega que me han hecho en la oficina y que tiene menos valor que si enseñara el carnet del Carrefour.
– Yo ya les di la lectura del contador.
– Sí, lo sabemos – ni lo sé ni me importa-. Venimos a hacerle nuestro «plan ahorro».
– Ya, pero es que ya les di la lectura.
– No es por la lectura, necesito una factura suya para hacerle el «plan ahorro».
– ¿Para qué quiere una factura?
– Para hacerle el «plan ahorro». Abra, por favor.
– ¿Y no tienen ustedes mis facturas?
– Sí, pero le agilizamos la gestión si nos la proporciona usted.
– ¿Pero es usted del gas?
– Claro que soy del gas – vuelvo a plantarle el carnet encima de la mirilla, esta vez a mala hostia.
– No quiero nada, váyase.
– ¿Cómo que me vaya?, le voy a hacer ahorrar mucho dinero.
– No, váyase. Y no moleste a la vecina de al lado, que es una anciana sorda.
Lo dicho, vaya mierda de trabajo. Bajo por las escaleras y pico en la primera puerta que me encuentro. No llega ningún ruido. Riing Riing, Toc Toc Toc, El gaaaas, nada, ni Dios. El capullo de arriba ya me ha hecho perder mucho tiempo así que voy por faena y pico también al timbre del otro piso, y así me espero si alguno de los dos me abre. El gaaas. En ninguno de los dos pisos se oye nada, estoy a punto de irme cuando de repente oigo unas llaves tintinear, una cerradura gira y se abre la puerta del último piso en el que había picado. Se asoma la cara de una mujer en bata de unos setenta años, complexión fuerte, pelo blanco lleno de rulos y cara de bulldog.
– ¿Qué quiere? – no parece muy amistosa, pienso si no debería llevar bozal.
– Soy de la compañía del gas, vengo a hacerle nuestro «plan ahorro». Para ello necesito una factura reciente del gas. – le planto el carnet en todo el jeto y lo quito al medio segundo, por si acaso, que parece tener buena vista.
La mujer se esfuerza por ver el carnet, luego me mira a mí con cara de mala leche. No dice nada, me da la sensación que en cualquier momento me va a escupir o a morder. De pronto se gira y sin cerrar la puerta se interna en la casa. Entiendo que es una invitación a que le siga, así que me meto en la casa, cierro la puerta con cuidado y sigo a la mujer por el estrecho pasillo de su vivienda. Parece que se dirige al comedor. Entro en la sala y veo el cuerpo de un hombre destripado en medio de la estancia. Mi mirada se queda atrapada por los ojos abiertos del cadáver. Me comienzan a temblar las piernas y solo ruego que le vejiga no me haga una mala jugada. De pronto siento como algo afilado presiona mi nuca:
– No grites, ni te muevas, no hagas ninguna tontería o te mato.
Sin dejar de presionarme el gaznate, la mujer se pone a buscar algo entre un montón de hojas que tiene encima de una mesa. Coge algo y me lo enseña.
– Esta es la factura que querías, ¿no?
– ¿Eh?
– ¿Que si esta es la factura que te voy a meter por el culo?
– ¿Qué quiere?, yo no he visto nada. Déjeme ir y me olvidaré del tema.
– ¿De qué tema, imbécil?
– Del cadáver.
– ¿Qué sabes tú del cadáver?
– Nada.
– Pues yo te diré algo de él. Era un puto vendedor que hace un par de meses me timó. El hijo puta se volvió a presentar aquí para volver a timarme. Se ve que se había cambiado de empresa y ahora me quería vender otra compañía telefónica.
– Yo soy del gas.
– Tú eres otro mierda como este. Un puto timador al que le voy a dar su merecido. A éste le dije que esperase que tenía que pedirle consejo a mi hijo, jejeje. Le dejé sentarse en el sillón y me fue muy fácil cogerle por sorpresa y romperle la cabeza. Ni se enteró. Lo de sacarle los intestinos fue un ataque de mala leche que me dio. Me tenéis muy harta, panda de ladrones. Ya está bien de robar a la gente mayor, es hora de que os den vuestro merecido.
– Por favor, déjeme irme y no diré nada – noté como me meaba encima, la vejiga no había aguantado tanta presión.
– Y el mes que viene vendrás otra vez a intentar timarme, ¿no?
– No, no. Le juro que no volveré nunca por aquí.
La mujer se me acerca hasta que sus labios casi tocan mi oreja izquierda. Cuando me habla, su lengua me provoca cosquillas en el oído.
– Es tu día de suerte, te voy a dejar ir. ¿Sabes por qué?, porque eres tan mierda que lo que ha pasado aquí te da igual, tú lo único que quieres es estafar. ¡Vete fuera de mi casa antes de que me arrepienta! ¡Corre hijo puta!
Mis piernas no me responden, no comprenden que estoy libre hasta que me doy cuenta que el filo de la navaja que tenía detrás ya no me presiona. Sin mirar hacia atrás salgo de aquel comedor corriendo por el pasillo, abro la puerta y la cierro de un portazo. Bajo corriendo las escaleras con la idea de pedir ayuda. Llamo al timbre de las dos viviendas de esa planta, Riiing riiing, Toc toc toc, Riiing riiing, “Ayuda, ayuda, por favor”. Una de las puertas se abre, seguramente al ver que la persona que llama a la puerta se ha meado encima.
– Necesito su ayuda por favor. Déjeme entrar, mi vida corre peligro y necesito llamar a la policía.
– Entre y tranquilícese.
El hombre me lleva hasta su comedor. Me indica donde está el teléfono, va a la cocina y viene con un vaso de agua.
– He pensado que le vendría bien.
Yo, que ya estaba llamando a la policía, cuelgo. Bebo el agua de un trago y noto que me siento mejor, ya estoy más tranquilo.
– Gracias, es usted muy amable. Y si no es abusar de su hospitalidad…si tuviera usted la última factura del gas le podría ayudar a ahorrar con nuestro «plan ahorro».
El hombre eterno
Principios de junio del año 2162
Sigo el curso del río a contracorriente, subiendo por la cordillera pirenaica en busca de aquel enclave secreto que ya consiguiera encontrar diez años antes. Prometí volver. La primera vez buscaba un sueño y solo encontré una pesadilla. Recuerdo, como si fuera hoy, el sufrimiento, la ilusión, el dolor y la esperanza…
…Agosto del año 2152
“Conocí un hombre que halló el secreto de la inmortalidad”. Eso me dijo mi padre en su lecho de muerte. Selló sus labios con una exhortación final: “Búscalo allá donde nace el río de plata, más allá de la cueva del Oso, tú ya sabes dónde, ¿verdad?”. Con esa pregunta exhaló su última bocanada de vida. No le contesté, no valía la pena, no me iba a oír y además, él sabía perfectamente que yo entendería las indicaciones.
Tardé una semana en ponerme en camino. Tuve que dejar atado el testamento del viejo, pedir un par de meses de excedencia y decirle a mi esposa que no me esperase para cenar durante una buena temporada. A nadie le dije donde iba. A nadie podía confiarle el secreto de mi padre. ¿Qué sería de la humanidad si de un día para otro se supiese que hay un tipo en los Pirineos que vive eternamente? Podría estallar la Cuarta Guerra Mundial. Con la tercera ya fue un milagro que no nos extinguiéramos. No, debía ir yo solo, pero en esos momentos no sabía que en vez de un don me iba a encontrar con una maldición.
No me atreví a viajar en el coche volador, el GPS delataría mi posición en todo momento a ojos indiscretos. No podía dejar pistas. Aparqué el vehículo en un valle y caminé durante días siguiendo las instrucciones de mi difunto padre, alcanzando el nacimiento del río de plata, después llegando hasta la cueva del Oso, ambos nombres inventados entre padre e hijo en las excursiones que marcaron mi infancia. Sin embargo, a partir de la cueva no supe a dónde ir, estaba confuso con lo de “más allá de la cueva del Oso”. Subí hasta la cima del monte, nada, bajé de nuevo y avancé por el bosque durante varios días hasta que me di cuenta de mi error. Debía introducirme en la cueva y buscar un pasadizo interno que me llevara al interior de la montaña. Encontré un punto de la cueva que daba paso a un estrecho pasadizo, casi imperceptible. El pasadizo se ensanchaba después de un kilómetro de arduo camino. El camino continuaba durante un par de días por el interior de la montaña hasta llegar a un pequeño claro que recogía la luz que se filtraba desde la cima del monte. Allí había una cabaña de madera. El lugar era fantástico, tenía agua proveniente de manantiales subterráneos, luz del sol y también fosforescente de los minerales de las rocas, una temperatura siempre estable y fresca, como en una bodega. Alguien había hecho un gran huerto donde había plantado una gran variedad de verduras y frutas.
Grité varias veces si había alguien allí y un anciano salió de la cabaña. Tenía millones de arrugas pero no parecía tener problemas de salud. No me dijo nada, me miró con curiosidad pero sin mostrar alegría, enojo o miedo. Simplemente curiosidad.
– ¿Es usted el señor Cañete?
– ¿Quién lo pregunta?
– Soy el nieto de un amigo suyo. JAP Vidal, ¿lo recuerda?
– Creo que sí ¡Hace tanto tiempo!
– Mi padre me confesó antes de morir que usted guardaba el secreto de la vida eterna.
El hombre, ahora sí, cambió su gesto a algo parecido al miedo.
– Hijo, ese secreto es el fruto de una maldición.
– ¿Tan malo es vivir eternamente?
– Acompáñame.
Seguí al viejo dentro de la cabaña. La estancia era muy sencilla, pero acogedora. Solo había una foto, me sorprendió verla allí. El anciano siguió mi mirada y sonrió, aunque era una sonrisa amarga como el vinagre.
– Ese era el equipo de la temporada dos mil catorce, dos mil quince. Hace mucho de eso, pero aún recuerdo como jugaban.
– ¿Qué es?
– Fútbol.
– ¿Y los cascos, las rodilleras?
– No, este era fútbol de verdad, el que se juega solo con los pies, el europeo.
– ¡Es verdad! – dije con alegría al recordar – Era el que estaba de moda en la primera mitad del siglo pasado. ¿Qué equipo era ese?
– El Barça. El mejor Barça de la historia. Ganó nueve copas en tres años. En aquel equipo jugaban juntos los mejores delanteros del mundo.
– ¿Y qué pasó?
– ¿Qué pasó? Pues que los aniquilaron.
– ¿Cómo? – pregunté horrorizado
– Con el poder del dinero.
– ¿Y cómo es que el único cuadro que tiene usted aquí es ese? ¿No tenía familia?
– La tuve, pero mi gran amor era el Barça y por su culpa arrastro esta maldición.
– ¿Se refiere a la vida eterna?
– Sí.
– No lo entiendo.
– Fue el…
…3 de Junio del 2017
El árbitro pitó el final del partido y los jugadores del Madrid se abrazaron mientras sus contrincantes caían, hundidos, sobre el césped del terreno de juego. El Real Madrid acababa de ganar su duodécima copa de Europa. Yo estaba destrozado. Los mensajes no paraban de llegar a mi móvil, merengues que deseaban pasarme por la cara su gran éxito. Fue en ese momento, cuando cerré los puños con tal fuerza que hundí mis uñas en las palmas de mis manos, haciendo que de ellas manaran hilillos de sangre. Sin pensarlo, con todo el anhelo de mi alma hice un juramento que me ha marcado para siempre.
Agosto del 2152
– ¿Qué juró?
– ¿Qué juré? ¿Ni siquiera quieres jugar a adivinarlo?
– No, no lo sé. No tengo ni idea.
– Como se nota que no has vivido esa rivalidad.
– ¿Qué rivalidad?
– Barça-Madrid.
– Algo he oído.
– Era la gran guerra del siglo XXI. Una guerra sin cañones pero tan cruenta como si las bombas estallaran en medio de la población civil. Hasta que llegó la gran guerra atómica, claro.
– ¿Y qué juró?
– ¡Ah, sí! Pues…juré que no moriría hasta ver al Barça ganar más copas de Europa que el Madrid.
– ¿Cómo?
– Que juré que no moriría hasta que el Barça superase al Madrid. Y aquí sigo, ya sin ninguna esperanza de conseguirlo. Durante años aguanté pero al final, tras la “Tercera Guerra Mundial”, la copa de Europa desapareció y me quedé atrapado en mi maldición.
– ¿Quiere decir que el secreto de su vida eterna es un juramento tan estúpido?
– ¿Estúpido? ¿A algo tan sagrado le llamas estúpido? ¡Vete de aquí, ignorante! ¡Y no vuelvas a menos que tengas algo importante que decirme!
El viejo me sacó casi a patadas de su cabaña y yo, indignado con él, dejé aquel lugar sin querer mirar hacia atrás. Me sentí estafado. Volví a mi casa y durante un tiempo retomé mi vida normal sin volver a pensar en el tema. Sin embargo, hace poco, a…
…Principios de junio del año 2162
– ¿Hola?
Espero un poco hasta que el viejo sale de la cabaña. Juraría que su rostro aún tiene más arrugas que la anterior vez que le vi. Parece imposible pero así es. Sin embargo, se mueve con la misma facilidad que entonces. Como hiciera aquella vez, me mira sin ninguna emoción. Pero en sus ojos observo que se acuerda de mí.
– ¿Por qué has vuelto?
– Tengo novedades del mundo exterior.
– Explícate, ya.
– Cuanta prisa para alguien que tiene todo el tiempo del mundo.
– Los viejos somos por naturaleza impacientes. Vamos, no me hagas perder tiempo.
– Alguien rebuscó en los archivos históricos deportivos y descubrió ciertas irregularidades en los torneos de Copa de Europa.
– ¡No me digas que…!
– Sí, le han quitado al Madrid tantas copas de Europa que ahora el Barça ya le supera en el palmarés.
– ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Se ha hecho justicia!
– Ya puedes dormir tranquilo, viejo.
– Muchas gracias por avisarme. Me has dado una gran alegría. ¡Por fin se hizo justicia!
El anciano se estira en su catre con una gran sonrisa dibujada en su rostro, no tarda en dormirse. Un poco más tarde, el sueño tranquilo se convierte finalmente, con un siglo de retraso, en sueño eterno. Ya debe estar hablando con Caronte, espero que el barquero no sepa de fútbol y no le diga nada, al menos hasta que haya cruzado la laguna Estigia y ya no haya vuelta atrás. Os preguntaréis por qué lo he hecho. No, no hay problema, os lo puedo explicar. Primero, por humanidad, no podía dejar a ese hombre sufrir eternamente. Segundo, por la ciencia, necesitaba confirmar que una longevidad tan extraordinaria se debía a una obsesión enfermiza del sujeto. Y ¿qué cojones? ¿Acaso a vosotros no os parece injusto que un tipo pueda vivir el doble que vosotros solo porque ha hecho un juramento tan estúpido? ¡Es un insulto a la evolución humana!