«El Norte recuerda». (Casa Stark)
Viernes, 24 de mayo de 2018. Salón del palacio de la Casa Brey.
– Señor, le traigo los diarios del día.
– Tú no eres uno de los míos, ¿verdad?
– No, señor.
– Lo he adivinado por tu acento, no es de aquí. Eres el chico vasco que acaba de llegar ¿A qué sí?
– Así es, señor – contesté y mi rostro reflejó una sonrisa llena de inocencia.
– ¡Ja, ja , ja! No se le escapa una al viejo Brey.
– Es usted muy agudo.
– ¿Y qué cuentas? ¿Estás contento con el trato que te da mi familia?
– Mucho, no tengo queja.
– ¿Y dónde están mis consejeros? ¿No quedamos que hoy prepararíamos el viaje a Kiev de mañana?
– ¿Se va usted a Kiev?
– ¡Pues claro! Ahora que tu familia y la mía han llegado a un buen acuerdo ya puedo irme tranquilo a ver la final de la Champions. Vamos a ver qué dice el Marca al respecto.
– Le sugiero que eche un ojo antes a la Razón.
– Luego, luego. Primero quiero ver si ya tenemos el once titular para mañana.
– Por favor, mire antes la crónica política.
– ¡Joder, te he dicho que primero…! ¡Un momento! ¿Qué es esto?
– ¿Lo ve? Ya se lo decía yo. Parece ser que la justicia ha condenado a vuestra Casa por corrupción.
– ¿Salía hoy la sentencia? No me acordaba.
– ¿No le asusta? Podría ser su fin.
– ¡Ja! ¿Con quién te crees que hablas, joven? ¡Soy Mariano Brey!
– Aquí dice que los Rose han pedido vuestra cabeza.
– ¡Malditos imbéciles! ¡Acabaré con ellos igual que hice con los presuntuosos lobos del Norte! ¡Llama a mis nobles! ¿Dónde narices se han metido?
– ¡Están aquí, señor! – le aseguré con énfasis.
– ¿Y qué están haciendo? ¿Contando billetes?
– ¿No los ve usted?
– ¿Pero dónde se supone que los estás viendo?
– Fíjese bien en los periódicos.
– ¿Cómo?
Mi voz se convirtió en un susurro afilado.
– ¿Los ves ahora? Todos ellos han caído y ahora tu Casa desparecerá con tu muerte. Estás solo.
– Mire usted, su familia y la mía siempre se han entendido bien. Y lo que es bueno para la familia mucho mejor para mí.
– No he venido aquí a negociar contigo.
– ¿Quién es usted?
Y en ese momento me quité la máscara.
– ¡Es imposible! – Es lo único que pudo atinar a decir el pobre desgraciado.
– Si dejas vivo a un lobo, las ovejas nunca estarán a salvo.
De un rápido movimiento le rajé el cuello con su apreciado Marca. La sangre comenzó a brotar de su garganta en abundancia, manchando toda la estancia. Introduje los dedos de mi mano derecha en la herida y a continuación dejé que esos mismos dedos, llenos de sangre, surcaran su rostro pálido, casi amarillo, desde la frente hasta la barba. Lo último que el viejo vio fue la sonrisa de un enemigo mortal, lo último que escuchó fue su epitafio:
– El Invierno ha llegado a la casa Brey.
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