Otro día en este trabajo de mierda.
Otra escalera de mierda con vecinos de mierda. Lo más seguro es que esté lleno de viejas sordas que ni se enteren de que suena el timbre. Y las que solo sean medio sordas me mirarán por la mirilla sin decir nada, o peor, gritando “quién es” y me tendrán diez minutos explicándoles quién soy hasta que se enteren y digan “no, no quiero nada, y la vecina de al lado tampoco, que es sorda”. Suerte que de vez en cuando algún pringado que no se entera de nada me abre como quien abre la nevera y cuando se da cuenta “¡Zas!”, contrato firmado. A ver si hay suerte con estos cabrones.
Lo primero de todo es estar atento y esperar disimuladamente a que alguien entre o salga del edificio. La experiencia me ha enseñado que si utilizo el interfono pongo en alerta a la gente y luego no me van a querer abrir la puerta de su casa. Es mejor llamar a la puerta directamente, que de la sensación de que tengo permiso para merodear por el edificio. Me quedo a un par de metros de la puerta, con la libreta en la mano, simulando que apunto algo. Sale una chica, ¡perfecto!, aprovecho a entrar, serio, sin mirar a la chica, no le doy ni las gracias, ha de parecer que reboso confianza. Cojo el ascensor y subo hasta la última planta, y luego iré bajando hasta completar todo el edificio.
En la planta más alta solo hay dos viviendas. Pico el timbre de una de ellas, dos, tres veces seguidas. Además, para presionar un poquito, golpeo con los nudillos en la puerta “toc toc toc”, que se den prisa que uno tiene mucha faena por delante. Nadie contesta. Vuelvo a picar el timbre un par de veces y a golpear con los nudillos, “El gaaaas”. Ni puto caso. La tele está a tope, oigo a la Terelu Campos claramente. La «vieja sorda como una tapia» vive en este piso. Más vale que pase al siguiente.
Riiing, Riiiing, Toc, toc, toc. También se oye la tele, pero el sonido queda casi tapado por completo por la voz de la Terelu que sale de tele de la sorda. Oigo unos pasos, se paran delante de la puerta, noto como me miran por la mirilla. No dicen nada. La desconfiada. Vuelvo a llamar al timbre, esto las pone muy nerviosas, Riing, Riiing, y un par de Toc Toc más. Miro descaradamente a la mirilla, “El gaaaaas”.
– ¿Qué quiere? – es la voz de un hombre, vaya, me había equivocado.
– El gas, abra la puerta por favor. – le planto en la mirilla mi carnet de pega que me han hecho en la oficina y que tiene menos valor que si enseñara el carnet del Carrefour.
– Yo ya les di la lectura del contador.
– Sí, lo sabemos – ni lo sé ni me importa-. Venimos a hacerle nuestro «plan ahorro».
– Ya, pero es que ya les di la lectura.
– No es por la lectura, necesito una factura suya para hacerle el «plan ahorro».
– ¿Para qué quiere una factura?
– Para hacerle el «plan ahorro». Abra, por favor.
– ¿Y no tienen ustedes mis facturas?
– Sí, pero le agilizamos la gestión si nos la proporciona usted.
– ¿Pero es usted del gas?
– Claro que soy del gas – vuelvo a plantarle el carnet encima de la mirilla, esta vez a mala hostia.
– No quiero nada, váyase.
– ¿Cómo que me vaya?, le voy a hacer ahorrar mucho dinero.
– No, váyase. Y no moleste a la vecina de al lado, que es una anciana sorda.
Lo dicho, vaya mierda de trabajo. Bajo por las escaleras y pico en la primera puerta que me encuentro. No llega ningún ruido. Riing Riing, Toc Toc Toc, El gaaaas, nada, ni Dios. El capullo de arriba ya me ha hecho perder mucho tiempo así que voy por faena y pico también al timbre del otro piso, y así me espero si alguno de los dos me abre. El gaaas. En ninguno de los dos pisos se oye nada, estoy a punto de irme cuando de repente oigo unas llaves tintinear, una cerradura gira y se abre la puerta del último piso en el que había picado. Se asoma la cara de una mujer en bata de unos setenta años, complexión fuerte, pelo blanco lleno de rulos y cara de bulldog.
– ¿Qué quiere? – no parece muy amistosa, pienso si no debería llevar bozal.
– Soy de la compañía del gas, vengo a hacerle nuestro «plan ahorro». Para ello necesito una factura reciente del gas. – le planto el carnet en todo el jeto y lo quito al medio segundo, por si acaso, que parece tener buena vista.
La mujer se esfuerza por ver el carnet, luego me mira a mí con cara de mala leche. No dice nada, me da la sensación que en cualquier momento me va a escupir o a morder. De pronto se gira y sin cerrar la puerta se interna en la casa. Entiendo que es una invitación a que le siga, así que me meto en la casa, cierro la puerta con cuidado y sigo a la mujer por el estrecho pasillo de su vivienda. Parece que se dirige al comedor. Entro en la sala y veo el cuerpo de un hombre destripado en medio de la estancia. Mi mirada se queda atrapada por los ojos abiertos del cadáver. Me comienzan a temblar las piernas y solo ruego que le vejiga no me haga una mala jugada. De pronto siento como algo afilado presiona mi nuca:
– No grites, ni te muevas, no hagas ninguna tontería o te mato.
Sin dejar de presionarme el gaznate, la mujer se pone a buscar algo entre un montón de hojas que tiene encima de una mesa. Coge algo y me lo enseña.
– Esta es la factura que querías, ¿no?
– ¿Eh?
– ¿Que si esta es la factura que te voy a meter por el culo?
– ¿Qué quiere?, yo no he visto nada. Déjeme ir y me olvidaré del tema.
– ¿De qué tema, imbécil?
– Del cadáver.
– ¿Qué sabes tú del cadáver?
– Nada.
– Pues yo te diré algo de él. Era un puto vendedor que hace un par de meses me timó. El hijo puta se volvió a presentar aquí para volver a timarme. Se ve que se había cambiado de empresa y ahora me quería vender otra compañía telefónica.
– Yo soy del gas.
– Tú eres otro mierda como este. Un puto timador al que le voy a dar su merecido. A éste le dije que esperase que tenía que pedirle consejo a mi hijo, jejeje. Le dejé sentarse en el sillón y me fue muy fácil cogerle por sorpresa y romperle la cabeza. Ni se enteró. Lo de sacarle los intestinos fue un ataque de mala leche que me dio. Me tenéis muy harta, panda de ladrones. Ya está bien de robar a la gente mayor, es hora de que os den vuestro merecido.
– Por favor, déjeme irme y no diré nada – noté como me meaba encima, la vejiga no había aguantado tanta presión.
– Y el mes que viene vendrás otra vez a intentar timarme, ¿no?
– No, no. Le juro que no volveré nunca por aquí.
La mujer se me acerca hasta que sus labios casi tocan mi oreja izquierda. Cuando me habla, su lengua me provoca cosquillas en el oído.
– Es tu día de suerte, te voy a dejar ir. ¿Sabes por qué?, porque eres tan mierda que lo que ha pasado aquí te da igual, tú lo único que quieres es estafar. ¡Vete fuera de mi casa antes de que me arrepienta! ¡Corre hijo puta!
Mis piernas no me responden, no comprenden que estoy libre hasta que me doy cuenta que el filo de la navaja que tenía detrás ya no me presiona. Sin mirar hacia atrás salgo de aquel comedor corriendo por el pasillo, abro la puerta y la cierro de un portazo. Bajo corriendo las escaleras con la idea de pedir ayuda. Llamo al timbre de las dos viviendas de esa planta, Riiing riiing, Toc toc toc, Riiing riiing, “Ayuda, ayuda, por favor”. Una de las puertas se abre, seguramente al ver que la persona que llama a la puerta se ha meado encima.
– Necesito su ayuda por favor. Déjeme entrar, mi vida corre peligro y necesito llamar a la policía.
– Entre y tranquilícese.
El hombre me lleva hasta su comedor. Me indica donde está el teléfono, va a la cocina y viene con un vaso de agua.
– He pensado que le vendría bien.
Yo, que ya estaba llamando a la policía, cuelgo. Bebo el agua de un trago y noto que me siento mejor, ya estoy más tranquilo.
– Gracias, es usted muy amable. Y si no es abusar de su hospitalidad…si tuviera usted la última factura del gas le podría ayudar a ahorrar con nuestro «plan ahorro».
Slvia says
Jajajaja su empresa debe pagarle muy buenos que incentivos por venta!