– Sólo que tú pensabas que con el tiempo cambiaría de parecer, ¿verdad?
– Sí.
– Sabes que… Deberías saber que… ¡Tendrías que saberlo!
– ¡Sí, sí, lo sé! ¡Pero yo también tengo derecho a tener ilusiones! ¿O no? Durante años he sido paciente, esperando que llegara el momento en que me dijeras que estabas preparado.
– ¡No es justo! Te avisé antes de que habláramos tan siquiera de matrimonio, te pregunté si podrías vivir con ello. Sabías que nunca podríamos plantearnos tener hijos.
– Pensé que «nunca» sería unos años.
– ¡»Nunca» es nunca! ¿Lo entiendes? ¡Nunca!
– ¡No me grites así! ¡No me lo merezco!
– ¿Te vas ya?
– Tengo que volver al trabajo.
– Es en lo único en lo que piensas.
– No es cierto. Sabes que no es cierto.
– Te quiero…
– Y yo a ti.
– ..pero no sé si podré soportarlo. Lo tienes que entender.
– Lo entiendo. Aún eres joven.
– ¿No lucharás por nuestro amor?
– Sí. Te quiero.
– ¿Por qué no quieres tener hijos?
– Tengo que marchar.
– ¿Es porque eres policía? ¿Tienes miedo de lo que te pueda pasar?
– No es eso.
– No sé que trabajo haces allí, no sé lo peligroso que es, nunca me lo dices. Pero sea lo que sea, no podemos vivir siempre con miedo al futuro.
– Es más complicado que eso.
– ¿Por qué más complicado?
– Ahora no puedo…
– ¿Por qué más complicado?
– … tengo que marchar.
– ¿Por qué?