«¿VAMPIROS ENTRE NOSOTROS?»
El titular del artículo llama mi atención. Pero después de un vistazo rápido, me siento decepcionado. Simplemente se trata de una nueva obra de teatro que se estrenará próximamente en el Paralelo.
– ¿Qué miras?
La voz de mi jefe, me pilla por sorpresa y me sobresalto. Está detrás mío, cotilleando mi diario.
– Nada, sólo hay anuncios.
– ¿Y que esperas de un diario gratuito?
– Pues que sea un diario y explique noticias.
– ¡No te quejes tanto y trabaja un poco! Yo me voy a casa.
– Muy bien, nos vemos mañana.
– ¡Qué vaya bien el turno de noche! Adiós.
Y me quedo solo en el garaje. Mi trabajo consiste en vigilar los coches que entran y salen por la noche. Hoy, lunes, casi ninguno. Es un trabajo muy aburrido, a mí ya me va bien así. Me permite leer, estudiar y otras cosas que ahora no vienen a cuento, y nadie me toca las narices por hacerlo. No, nadie me toca las narices, pero tampoco nadie me ayudará en caso de que necesite ayuda. Hasta ahora me ha ido bastante bien pero nunca se sabe qué nos traerá la noche.
El garaje se llena del ruido de unos neumáticos girando sobre el suelo de vinilo. Unos focos me deslumbran. El vehículo se para junto a mi garita, el conductor abre la puerta y sale del coche. Viste casual pero con clase, marcas caras. Es joven, parece recién salido de la universidad y que ya haya ganado su primer millón, con su melena de chico bueno y moderno. El yerno con el que todo padre sueña para su hija, un chico «Tommy Hilfiger» en toda regla.
– ¡Eh, amigo, apárcalo!
El tipo me tira las llaves de su Audi A5 blanco y desaparece por la puerta de salida de peatones. Un llavero con el escudo de un famoso club de fútbol. A veces te encuentras con imbéciles como este, cosas del oficio, no todo iba a ser perfecto. Aparco el coche del niño pijo y me pongo a estudiar, que en un par de días tengo examen.
Pasan un par de horas y se escucha la alarma de un coche. Por los monitores veo que se trata del Audi A5 que permanece aparcado en la planta tres. No hay nadie a su lado. A veces, cuando suena una alarma no hago caso, pero hoy decido ir a ver y así estirar las piernas. Cuando llego no hay nadie y la alarma ya ha dejado de sonar. Doy un vistazo alrededor del coche pero no veo nada extraño. Mientras vuelvo a la garita decido que ya está bien de estudiar y que puedo disfrutar un rato del último capítulo de True Blood en mi tablet.
No han pasado ni cinco minutos y la maldita alarma vuelve a sonar. No quiero ir pero mis instintos me alertan de una presencia peligrosa. Vuelvo a comprobar el Audi A5 de la planta tres y veo que las puertas ahora están abiertas, la alarma ha vuelto a enmudecer. A alguien le ha dado por fastidiarme la noche. Cierro las puertas después de comprobar que el interior del coche parece intacto. Ahora me tocará volver a la garita a coger las llaves del vehículo y otra vez rehacer el camino para cerrarlo. Si pillo al gracioso… ¿Y dónde están las malditas llaves? No están donde las he dejado, en el tablero de la garita.
– ¿Buscas esto?
Me giro y un tipo vestido de negro se encuentra sentado en mi asiento con las piernas encima de la mesa. Cabellos engominados y negros como su chaqueta de cuero, lleva gafas de sol y me recuerda al cantante de los U2, Bono. Una sonrisa traviesa se dibuja en su rostro mientras me enseña las llaves del Audi. Los dedos de su mano derecha tienen uñas largas y afiladas. Ya no tengo ninguna duda, esta será la noche.
– ¿Qué quieres? ¿Sabes que hay cámaras por todas partes?
– Ya no.
– Aquí no hay dinero.
– Lo sé.
– Y que te llevarás? ¿Un coche? ¿El Audi?
– No.
Se levanta de mi asiento lentamente y se acerca a mi sin quitarme los ojos de encima. Con la mano izquierda, la que no lleva las llaves del coche, me acaricia la mejilla, pasando sus uñas por encima de mi piel. Un pequeño pellizco de dolor, noto una gota de sangre bajar hasta mi cuello.
– Tienes que venir conmigo.
No intento resistirme. Hace tiempo que lo esperaba. Mientras caminamos juntos hacia la salida del garaje, él pasa su brazo por encima de mis hombros.
– ¿Ya sabes donde te llevo?
– Lo imagino.
– ¿Y no te da miedo?
– Sí.
– Eres un valiente.
– ¿Por tener miedo?
– Precisamente por eso y no salir corriendo.
Sigo andando a su lado hasta que cruzamos la puerta de salida de los peatones. Bajo las escaleras hay alguien sentado, con los ojos abiertos pero paralizado.
– ¿Lo conoces?
– Es el capullo del Audi.
– Ya sabes lo que tienes que hacer.
Me acerco despacio. El joven me mira pero no hace ningún movimiento, seguramente está paralizado por el terror o tal vez hipnotizado. Sólo unos gemidos incomprensibles se escapan por su boca. Es una imagen triste, no queda nada en ese hombre que recuerde al joven triunfador y ególatra que apenas unas horas antes me trataba con desprecio. Tengo su cuello a unos centímetros de mi boca, observo como la arteria bombea sangre a destajo, presa del miedo. Me acerco más y más. Huelo su terror. Finalmente, mis colmillos se clavan con fuerza en su yugular. Siento como la carne cede y la sangre empieza a correr libre. La absorbo con las ansias del sediento, hasta la última gota. Cuando acabo, el joven ya no gime, sus ojos permanecen abiertos pero apagados, sin vida. Su corazón ya no late.
– Ahora haz desaparecer a este imbécil, no dejes ninguna prueba. Ellos no pueden saber que existimos.
– De acuerdo.
Ya sabes quién eres. No me des las gracias.
El hombre de negro desaparece con la misma discreción como llegó.
Sí, ahora ya sé quién soy. Descubrí por qué me gusta tanto la noche y por qué no soporto la luz del día, a pesar de que tampoco es dañina para mi. Y tú, cuando tengas que dejar tu coche en un garaje público por la noche, ten cuidado, no te pases de listo. Porque cuando te des cuenta de quién es el vigilante, quizás sea demasiado tarde.
Deja una respuesta