La historia que os explicaré comienza en el “Bar Colombia” de Sant Andreu, un veintidós de abril, con una voz rota como la de Tom Waits susurrando a mis espaldas.
– Hola, escritor.
Sobre mi hombro derecho sentí una presión aguda que se clavaba en mi carne a través de la ropa. Me costó un segundo darme cuenta de que se trataba de unas uñas muy afiladas.
– ¿Quién demonios…? – pregunté, confuso, al invisible dueño de aquellos dedos.
– Ulises, ¿verdad? Supongo que se trata de un seudónimo, ¿no?
– Sí, así es. Pero ¿quién es usted?
– ¿Yo? Alguien que te quiere ayudar.
Rodeó la mesa y aquella voz rajada por el Bourbon se convirtió en un joven bajo y escuálido, de cabeza rapada, aros en ambas orejas y barba incipiente. Aquel chico no llegaría a los veinte años pero su voz le triplicaba la edad.
– No te dejes engañar por las apariencias. Si mi rostro reflejase mi edad no tendría suficiente piel para tantas arrugas.
– ¿Quién eres?
– Es verdad, es la tercera vez que me lo preguntas, discúlpame. Mi nombre es…digamos que Fafnir. Los dragones también utilizamos seudónimo.
Sí, sé lo que estaréis pensando, en ese momento tendría que haberme levantado, pagar la cuenta en la barra y salir pitando del Colombia como alma que persigue el Diablo. Pero Albert acababa de servirme el café y todavía quemaba. No pensaba irme sin tomármelo, aunque para ello tuviera que escuchar las chorradas de un tarado. Sin embargo, si hubiese sabido lo que iba a ocurrir después, seguramente habría actuado de forma diferente.
– ¿Y las escamas? ¿Y las alas? – me mofé de él.
– Sería mejor que no te burlases de mí. Al menos hasta que no te haya contado la historia que quiero explicarte.
– Mira, perdona, no tengo mucho tiempo. Tengo que ir al “Sant Andreu Teatre”, que tengo una reunión.
– Sí, sé que vas a ofrecerles un texto para una obra.
– ¿Cómo…?
Me hizo un gesto con la palma de la mano para pedirme que callara. A continuación levantó el brazo con el dedo índice en alto. El subconsciente, o quizás el miedo, me hizo imaginarme aquella sucia y larga uña como una garra monstruosa. “¡Albert, por favor, otro carajillo de bourbon con hielo!”. La voz de aquel Tom Waits de aspecto juvenil retumbó en el local casi vacío. Volvió a bajar el brazo y me observó de nuevo, con una sonrisa en su rostro, dándome así permiso para terminar de formular mi pregunta.
– ¿Cómo sabes eso?
– También sé que endulzarán tus oídos con palabras de ánimo pero que al final rechazarán tu trabajo.
– No puede ser, ellos…
– Lo es, Ulises, lo es.
El camarero del “Colombia” trajo un tazón lleno de café y bourbon, y con mucho hielo. Muchísimo hielo, para ser exactos. Luego echó una mirada a mi taza aún llena y se volvió a su burladero detrás de la barra. Estoy seguro de que Albert ya conocía a su cliente, no es normal servir un café de esa manera. De hecho, el «Colombia» es un local perfecto para que el Diablo se tome allí un descanso de vez en cuando.
– En serio, ¿quién eres?
– Ya te lo he dicho. Soy Fafnir, el dragón.
– ¿Y qué haces aquí?
– Vengo a hacer un trato contigo.
– ¿Por qué?
– Porque será bueno para los dos.
– No entra en mis planes hacer tratos con dragones, tampoco con tarados que creen serlo.
– ¿Ni siquiera aunque te ayude a alcanzar tus sueños?
– ¿Qué sabes tú de mis sueños?
– Sé todo sobre tus sueños y tus pesadillas. Sé las cosas que no te dejan dormir, tus miedos, tus angustias, tus fobias. También conozco tus deseos, incluso los más oscuros y obscenos. Yo puedo hacer de ti el Ulises que sueñas.
– ¿Cómo?
Fafnir, o como demonios se llamara, agarró entre sus largas uñas el tazón repleto de cubitos aún sólidos. En el momento que sus labios se posaron sobre la porcelana, del interior del recipiente escapó una nube de vapor. Posó de nuevo el tazón en la mesa y observé que los cubitos se habían derretido por completo.
– Si no fuera por el hielo, no podría probar el café, se volatizaría antes de llegar a mi lengua. Es una putada tener un cuerpo tan…fogoso. Me encanta el café, también el bourbon.
Cada vez estaba más seguro de que aquel no era un joven normal. Loco o dragón, no era normal.
– Mira, te contaré una historia.
– No tengo tiempo para historias. Tengo que…
– Sí, sí, tu guión, lo sé. No te preocupes, te van a tener media hora esperando. Tu interlocutor aún está en pijama dando vueltas por su casa. ¿Quieres escucharme?
– Adelante. Pero espero que seas breve.
– Supongo que habrás oído la historia de un caballero que venció a un dragón y salvó a una princesa de ser devorada, ¿no?
– Sí, claro. Es la leyenda de San Jorge.
– A ver, la historia no fue exactamente como te la contaron. Bueno, sí, pero con ciertos matices. El caballero era un hombre ambicioso que habría vendido su alma al Diablo para convertirse en rey. Afortunadamente para él, yo pasaba por allí. Sólo tuve que cruzar mi mirada con la suya un segundo para comprender lo que aquel hombre sería capaz de hacer por alcanzar su sueño. Me acerqué a él en una taberna donde vendían vino, cerveza y mujerzuelas, todo muy barato. Él era asiduo a ese antro. Le susurré al oído las palabras que él quería oír y aquella misma noche trazamos un plan para conquistar un reino cercano.
– ¿Me vas a decir que tú ayudaste a San Jorge a matar el dragón?
– No, aunque podría haberlo hecho pues solo yo puedo acabar con mi vida. Lo que te voy a contar es cómo ayudé a San Jorge a convertirse en rey.
– ¿Qué?
– No me interrumpas. El plan consistía en hacer desaparecer doncellas mientras se lanzaba el rumor de que se había visto un dragón volando cerca de la ciudad. Por supuesto, yo dejaba algunas pruebas, como restos quemados cerca de los lugares donde las doncellas habían desaparecido. Los soldados y las patrullas de voluntarios buscaban un animal fantástico, sin darse cuenta de que el culpable caminaba entre ellos, por las mismas sucias calles. Después de un par de meses y nueve chicas desaparecidas, le tocó el turno a la hija del rey. No me fue fácil llegar hasta ella pero con oro todo es posible en este mundo de avariciosos. Para hacerlo más dramático, provoqué un incendio que quemó gran parte de las dependencias del castillo real. Pude salir con la princesa al hombro gracias a mi instinto para descubrir vías de escape, y también a mi fuerza. Al día siguiente se presentó en la ciudad mi compañero con su armadura bien lustrosa sobre su corcel blanco. Le ofreció su ayuda al rey a cambio de la mano de la princesa y este, desesperado, aceptó el trato ¿Qué no haría un padre por su hija? Sin perder más tiempo, el tal Jorge, que por cierto, también era un seudónimo, partió a la búsqueda del dragón y la princesa. No le costó mucho encontrarnos porque, de hecho, él y yo habíamos estado ocultándonos allí todo el tiempo. De las chicas desaparecidas solo quedaban los huesos y las ropas medio calcinadas. Mi amigo no paraba de quejarse del olor a carne quemada. Siempre me ha fascinado la capacidad del ser humano para negar su naturaleza mezquina y evitar culpabilizarse de sus actos. A la princesa la teníamos escondida, completamente aislada, en otra parte de la cueva, con ojos, orejas y boca tapados, para que no se enterara de nada. Yo llevaba ya varios días recogiendo rosas, en un valle al otro lado de las montañas. Cuando llegó el compañero, esparcimos las flores por el supuesto lecho del dragón. No podía hacerlo antes porque la princesa podría haber sospechado algo al llegar a sus narices un aroma tan distinto a la carne asada. Mientras yo escapaba de la cueva, el supuesto caballero liberaba a la princesa, la subía a su blanco corcel y la devolvía con su padre. El resto ya es tal como cuenta la leyenda: el caballero fue aclamado al regresar con la princesa ilesa, los soldados encontraron en la cueva del dragón cientos de rosas y los muy imbéciles creyeron que era la sangre del monstruo; finalmente el caballero se casó con la princesa. Lo que no explica la leyenda es lo poco que duró vivo el rey tras la boda de su hija. Pero eso ya fue cosa de mi amigo.
– Es una historia muy interesante pero hay algo que no me has dicho.
– Supongo que te preguntas qué ganaba yo con todo aquello.
– Sí, y me imagino la respuesta.
– Te equivocas. Piensas que lo hice con un objetivo. No sabes nada de dragones.
– ¿Qué he de saber?
– Que lo tengo todo, lo único que echo de menos es la diversión. No tengo la capacidad de amar, ni sentido del humor, ni siquiera puedo empatizar. Lo que hace mi eternidad más soportable es jugar con los humanos.
– ¿Aunque para entronizar un rey tengas que matar inocentes?
– No sé si eres tonto o te lo haces. ¿Cómo crees que llegan los reyes al poder? ¿Piensas que a los poderosos les importan los inocentes? Sus manos están manchadas de sangre aunque no hayan matado con ellas. Aquel rey, por ejemplo, le propuso a mi amigo que negociara conmigo, me ofrecía cien jóvenes plebeyas a cambio de su hija.
– ¿Y las que tú mataste?
– ¡No eran más que ganado! – Fafnir torció la boca para mostrar con ese gesto su desprecio hacia ellas -. Al final, todos vosotros tenéis qué morir, es cuestión de tiempo ¿Qué importa antes o después?
– Pero tenían una vida por delante.
– ¿Una vida? ¿Te refieres a una vida de miseria, esclavitud y desesperación? Créeme, seguramente les hice un favor.
– ¿Cuántos? ¿Cuántas has matado en tu vida?
Mientras pensaba la respuesta, Fafnir miraba con aire distraído el fondo de su tazón humeante y ya vacío.
– ¿Y qué importa? Un sabio inglés dijo una vez que no existe lo bueno o lo malo, es el pensamiento humano el que lo hace parecer así. Yo no soy humano, para mi simplemente es un juego. En un mundo de lobos y corderos yo soy el lobo, pero también lo son aquellos con los que negocio, personajes importantes de tu sociedad que no se manchan las manos pero son tan asesinos como yo.
– ¿Y qué quieres de mi?
– Quiero proponerte un juego.
De nuevo quise levantarme de la silla y huir corriendo sin ni siquiera pararme a pagar mi consumición. Pero mis pies eran incapaces de moverse. La curiosidad me ataba a la silla, necesitaba escuchar su oferta. El chico de la voz rota sonrió.
– Dijo otro sabio castellano que la senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso.
– Seguro que conociste a ese sabio, y también al otro.
– Puedes apostar. Tú podrías ser como ellos, sólo tienes que decir SÍ.
– Y si acepto, ¿cuántos morirían?
– Mi número favorito es el nueve.
– ¿Nueve? – exclamé en voz baja.
– ¡Vamos, no es para tanto! A ver, imagino que no te costará recitar una lista de personas que no te importaría que desaparecieran. ¿Tengo razón?
– ¡Ni hablar! No pienso entrar en un juego tan macabro.
La sonrisa del chico se truncó, ahora me miraba con el desprecio que el lobo dedicaría a un cordero. Por un momento, un milisegundo, me dio la sensación de que sus ojos se llenaban de un amarillo reptiliano y sus pupilas se volvían dos rendijas horizontales negras. Solo un milisegundo, pero bastó para erizar hasta el último pelo de mi nuca.
– No seas necio. Si no eres tú será otro el que se lleve la gloria. Solo cambiarán las víctimas. O las eliges tú o las elige otro. ¿Qué prefieres?
– ¿Y qué me darás?
– Lo que quieras.
– ¿Me lo juras?
– ¿Te fías de mi palabra?
– Ni siquiera estoy seguro de que seas lo que tú dices.
– ¡Ven aquí! – gritó.
Un cliente que se sentaba junto a la ventana en el fondo del bar y que leía tranquilamente un diario, se levantó de inmediato y se acercó a nosotros. Se detuvo delante de Fafnir, esperando.
– Vete del bar, pero antes paga a Albert tu cuenta y la nuestra. ¡Ah!, cuando salgas, camina de espaldas cien pasos y a continuación despertarás sin recordar nada de lo que te ha sucedido esta tarde.
– Sí, señor.
El hombre hizo exactamente lo que le dijo el dragón, por lo menos hasta que lo perdimos de vista. A través del cristal del bar lo vimos alejarse, caminando de espaldas por el medio de la rambla de Fabra i Puig. La gente no le hacía ni caso, los locos ya no llaman la atención.
– Podía ser un amigo tuyo – le dije.
– Lo hipnoticé nada más llegar al local, igual que a Albert, el camarero.
– ¿Y por qué no me hipnotizas a mí y consigues lo que quieres sin tener que discutir conmigo?
– Porque no sería divertido.
Me miraba fijamente con sus ojos humanos, verdes. De los ojos de reptil ya no quedaba ni rastro. Sin embargo, sabía que no lo había imaginado.
– ¿Qué es sagrado para un dragón? – pregunté.
– Su nombre. El verdadero. Tú dame nueve víctimas y el mundo será tuyo.
– Déjame pensarlo.
– Esta noche.
. ¿Dónde?
– No te preocupes. Esta noche quiero la lista.
Y la noche llegó. Cuando salí del bar me fui directo a casa. No podía, ni quería, ir al teatro a hablar del futuro, ¿para qué? Mi porvenir iba a ser oscuro hiciera lo que hiciera. Tenía que pensar a pesar de estar aterrorizado. No podía decidir la muerte de nueve personas, pero, si no lo hacía yo, lo haría otro desgraciado, quizás con peores intenciones. ¿Peores intenciones? ¡Dios mío! ¡Estaba decidiendo si matar a nueve personas y aún así pensaba que podía haber peores intenciones que las mías! ¡Cómo si yo fuera inocente! Pensé y pensé. Y al final tomé una decisión.
La madrugada ya estaba madura cuando sentí su presencia. Abrí los ojos y cuando estos se adaptaron a la oscuridad lo vi de pie, al lado de la puerta de mi habitación.
– ¿Y bien?
– Apunta.
Recité los nombres de indeseables compañeros de trabajo, de vecinos despreciables, incluso de algunos supuestos amigos de la familia que no daban más que problemas. También hubo hueco para recordar algún bastardo que me las hizo pasar putas en la escuela. La lista se llenó y aún se quedó corta. Es ponerse a escarbar en la suciedad y no poder parar. Casi estuve a punto de rogarle a Fafnir que me permitiera añadir algún nombre, casi. Me contuve al darme cuenta de lo que estaba haciendo, firmar sentencias de muerte.
– Júrame por tu verdadero nombre que cuando acabes me concederás lo que quiera.
El dragón juró y se marchó con mi lista negra. Salió por la ventana pero no me preocupé en observar si se iba volando o se volatilizaba en la noche, o vete a saber qué otro método utilizaría. Solo me quedaba esperar. Ya no regresé al «Colombia», de hecho, desde aquella fatídica tarde me recluía cada día en mi casa nada más salir del trabajo, a esperar. A través de la televisión y de internet pude ir tachando los nombres que yo mismo había escrito. Cada vez que leía o escuchaba la noticia de una nueva muerte me recordaba a mí mismo que el objetivo final bien lo merecía. Esperaba que el fin justificase los medios.
Unas cuantas noches después, Fafnir regresó a mi habitación. “Ya está”, dijo. Los ojos del chico dragón de la voz rota aún flameaban de excitación, adiviné que el último de los cadáveres aún estaría caliente.
– Tu lista me ha proporcionado un gran placer.
– Permíteme que no me alegre de ello.
– ¡Vamos, si todos los que me apuntaste eran miserables que se lo merecían!
– Nadie merece ser asesinado.
– No eran más que carne. Solo he acelerado su putrefacción.
– Eran personas.
– ¿Y qué más da lo que fueran? Gracias a ellos, ahora podrás pedirme lo que desees.
– ¿Cualquier cosa?
– ¿Ya lo tienes pensado?
– Sí.
– Piénsalo bien, solo tienes un deseo.
– Lo decidí mientras te hacía la lista de las nueve víctimas.
– ¿Y bien?
– ¿Me concederás lo que te pida?
– Así es, lo juré por mi nombre. ¿Qué deseas?
– Quiero que te destruyas ahora mismo.
Slvia says
Otro final que me sorprende….Ulises no podía perder su conciencia 😀,
JAP Vidal says
Yo no lo tenía tan claro, Silvia. Dudé hasta el último momento. Es tan tentador el éxito, así, tan fácil…
Trini says
Ja l’he llegit !!!🤔està be….
JAP Vidal says
ui!, em sembla que aquest no t’ha agradat gaire, Trini. Què ha passat?
Trini says
Es que per mi els dracs son màgics i els imagino bons….com el Puff !!
JAP Vidal says
Trini,
com els éssers humans, dracs n’hi ha de bons i dolents.
Petons!
jdiaz says
Genial! Sobre todo el final!
JAP Vidal says
Muchas gracias Juanjo!
Andriu says
Està bé, el final ho veīa venir… M’hagués agradat el nom del Drac en l’última posició de la lista, jejeje… Te gustó Dragonheart de joven, eh?!?
JAP Vidal says
Hola Andriu,
si Ulises haguès posat el nom del drac al darrer lloc de la llista no hauria hagut demanar el desig al final, i aquest desig és l’unic que el drac havia jurat complir si li donava la llista. És a dir, el drac, al veure el seu nom a la llista potser es podria haver negat, oi?
I sí, em va agradar però tampoc especialment. Crec que els dracs dolents, com totes les criatures demoníaques d’aquest món, tenen forma humana. És la seva ment la que oculta la seva monstruositat.
Gràcies!
Esther M. says
Molt bo!! era fàcil endur-se per l’éxit i tenir un altre final.. m’ha agradat!! 😊 Espero no estar en la llista d’ex-companys de feina, jeje.
JAP Vidal says
Gràcies Esther! Com pots pensar que podríes estar en aquesta llista? Jo no sóc el de la llista, és el tal Ulises, jejeje.
Petons!