Las cabalgaduras de los cuatro jinetes resoplan, agitando sus cascos sin cesar. Sienten que ha llegado su momento, volverán a sobrevolar el planeta sembrando la destrucción, la enfermedad y la desesperación a su paso. Sus relinchos llegan a oídos de Caesar. Él se pregunta si es el único que los oye agitando los vientos, si nadie más se estremece con el chocar de sus cascos contra las nubes provocando oscuras tempestades, si en todo el planeta solo él es consciente de que ha llegado la hora decisiva para la Humanidad
Dos personas se encuentran de pie, enfrente de él en Speakers’ Corner, centrando toda su atención en la pantalla de sus móviles. Caesar no sabe si le ignoran o están esperando a que él comience a hablar. Traga saliva y…
“Cuídate de los Idus de Marzo, le dijo el vidente a César. El emperador era tan soberbio que no hizo caso de la advertencia, pero no la olvidó. Poco antes de morir, César se cruzó con aquel vidente y con sorna le dijo que los Idus de marzo habían llegado, a lo que el vidente contestó que sí, que habían llegado y aún no habían acabado.
Seguramente César rememoraba esa frase en su mente poco más tarde, mientras sus asesinos le apuñalaban una y otra vez. Apuesto unas cuantas libras a que también debió pensar en todo lo que habría podido conseguir si hubiese hecho caso de la advertencia.
Cuando dos milenios después Hitler devastó Europa, nadie se atrevió a pararlo hasta que ya fue demasiado tarde para millones de personas, a pesar de que ese loco llevaba años dando muestras de su locura.
La historia nos demuestra que los hechos más terribles no llegan de repente, hay un proceso de maduración del desastre que todo aquel que no quiera cerrar los ojos puede ver. Ahora, por ejemplo, nos escandalizamos porque un dictador que lleva veinte años despreciando la democracia rusa lanza su puño contra un país vecino. No hemos querido ver durante todo este tiempo que este hombre con aspecto de zorro cada vez era más poderoso y que su codicia no tenía límite, que no se iba a contentar con ser el dueño de Rusia. Al contrario, hemos hecho que el mundo sea cada vez más dependiente de sus recursos, q él sea más fuerte y ahora mismo sea imposible pararle. Tal y como permitimos en los años treinta del siglo pasado.
Al contrario que los dinosaurios, que no pudieron prever su final por la llegada de un hecho imprevisto, la humanidad sí parece que está predestinada a ser testigo de su desastre, con la consciencia de ver cómo hemos ido destruyendo nuestro ecosistema, como hemos dejado que los poderosos sean cada vez más poderosos hasta el punto de amenazar nuestra vida en el planeta con armas, enfermedades y hambre. Porque no lo olvidéis, quien está en peligro no es el planeta, somos nosotros. El planeta seguirá girando sin nosotros igual que hizo tras la desaparición de los dinosaurios. Sin embargo, el ser humano se encuentra ahora mismo a las puertas de su extinción. Nuestro ritmo frenético de progreso incontrolado nos ha llevado a un callejón sin salida, es imposible seguir a esta velocidad, a menos que…”
Caesar, de repente, es consciente de que está con la mirada gacha, observándose las manos entrelazadas. Alza la vista y se sorprende al ver que las dos personas que antes miraban el móvil y le ignoraban ahora le prestan toda la atención y le graban con sus móviles, al igual que otro centenar de personas que han aparecido de la nada. Se queda mudo.
“¿A menos que…?” Se atreve a preguntar uno de sus oyentes.
Caesar lo mira. Ha estado improvisando todo el rato, las frases le salían solas, vomitando los pensamientos sin filtro, sin formato, tal y como le venían a la cabeza, descargando toda la carga de su cuerpo. Ahora que se siente aliviado, libre, de repente le ha llegado una idea a la cabeza, un boomerang contra tanta negatividad.
“Los idus de marzo han llegado pero no han acabado, dijo el vidente. Para los romanos los idus de marzo era una fiesta de buenos augurios, que sin embargo en esa fecha se empañaron con un magnicidio que cambió la historia. Pero, ¿Y si ahora, que tenemos los peores augurios, los desafiamos con esperanza? ¿Y si la clave no es frenar la velocidad de la humanidad sino que lo que debemos hacer es intentar dar una curva de 180 grados y volcar todos nuestros esfuerzos en cambiar nuestra forma de vida y de paso nuestro futuro?”
Caesar se guarda de expresar esta idea. Se marcha de allí sin decir una palabra. El público expectante lo observa desilusionado, no pueden comprender su silencio. Para qué decirles que el futuro depende de algo tan sencillo como su esfuerzo y voluntad de sacrificio. En el momento que escucharan esas palabras le aplaudirían, le darían golpecitos en la espalda y se volverían a sus casas a continuar con sus vidas de consumo y derroche, adictos a móviles, drogas o compras, o quizás a todo ello. El optimismo que él les proporcionaría les duraría, en el mejor de los casos, unas horas, hasta que un virus infecte su ordenador, o comprueben lo que les cuesta llenar el depósito de gasolina de sus coches, o se discutan con sus parejas por los planes de las próximas vacaciones.
Los caballos siguen relinchando en las alturas, esperando que en cualquier momento sus jinetes los espoleen para dar comienzo a un nuevo Apocalipsis. Porque los Idus de marzo han llegado, pero desgraciadamente no han acabado.
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