La sencilla cabaña se erigía en un alto desde el que se divisaba la fortificación de Olissipo, el mar de Océano y el río Tagus. El pescador no había escogido aquel emplazamiento de forma caprichosa. Él sabía que algún día, su viejo enemigo volvería para cobrarse las deudas del pasado. Mientras tanto, él disfrutaba padeciendo la vida de un hombre normal. Vivía allí, en el extremo occidental del mundo, con Penélope, su mujer. Su hijo, Telémaco, le había sucedido en el trono de un lejano reino llamado Ítaca. Pero eso había ocurrido muchos años atrás. Como cada noche, el pescador y su esposa cenaban juntos, era el único momento que él compartía con ella. El pescador lamió los restos de la escudilla y se levantó. Su mujer alzó la mirada hacia aquel viejo que conservaba todavía el brillo y la astucia en sus ojos arrugados.
– Voy a mirar las estrellas – quiso excusarse el hombre.
– ¿Volverás a domir? – preguntó Penélope.
– Quizás.
El pescador salió de la cabaña y bajó el complicado camino por la ladera que llevaba hasta la playa. Era una noche despejada y sin luna. El hombre sabía que era una noche perfecta para que sucediera lo inevitable. Y así fue.
En la playa le esperaba un hombre con larga melena y barba blanca, desnudo, con un tridente en la mano derecha. No era anciano pues no tenía ninguna arruga y el abundante pelo que cubría su cabeza no era exactamente pelo sino espuma del mar. Su cuerpo era musculoso, digno del extraordinario Áyax. El pescador se acercó a él, conocedor de que estaba delante de un dios y, dicho sea de paso, el peor de sus enemigos. La voz del dios retumbó directamente en su mente.
– Mírate, viejo Odiseo ¿Así piensas enfrentarte a tu destino? ¿Con tus manos desnudas? ¿Dónde has dejado tu lanza? ¿Perdiste tu krános, la coraza y las grebas? ¿O lo vendiste todo para poder comprar una barca y poder malvivir como un simple pescador?
Los ojos de Poseidón, azules como la más cristalina de las aguas, estaban rodeados de iris rojos, mares de sangre como los que había ayudado a teñir el legendario héroe de la guerra de Troya, en un pasado que nunca queda atrás. El hombre, Odiseo para unos, Ulises para otros, contestó con su silencio. Su mejor arma siempre había sido su mente, sabía que si se mostraba vulnerable quizás su enemigo se confiaría y ahí tendría una oportunidad. Poseidón, el dios del Mediterraneo, al ver que su odiado adversario no tenía nada que decir, tras una larga pausa, volvió a tronar en la mente del hombre.
– ¿Creías que podrías vivir en la orilla de este mar porque está fuera de mis dominios? Océano lo domina, y entre él y yo hay un pacto. Los señores que dominamos el agua estamos todos conectados. Y si Océano se entera de que mi viejo enemigo Odiseo se alimenta de sus criaturas, no tardaré en enterarme yo también. Hace tiempo que lo sé, y no te voy a negar que he disfrutado escribiendo tu tragedia. Mira al cielo, en la dirección que apunta mi tridente.
Ulises miró la bóveda iluminada por millones de estrellas. Vio algo extraño, un vacío donde, en esa época del año y si tenías buena vista, debería haber estado la constelación del cangrejo.
– Hera me debía un favor y le he pedido que me preste una de sus criaturas, un viejo amigo de Iraklis. ¿Recuerdas a Carcinos? Luchó contra el bastardo y, en recompensa a su muerte, Hera lo transformó en una constelación, esperando a regresar cuando su presencia fuese requerida por los dioses.
– ¿Y dónde está ahora el cangrejo? – preguntó Ulises, poniendo todos sus sentidos en alerta.
– En tu interior.
Poseidón apuntó con su tridente al pecho del héroe. Ulises observó con pánico como en su piel, sobre uno de sus pectorales, se dibujaba una pequeña mancha en forma de cangrejo.
– ¿Pensabas que dejaría en esta playa a una bestia para que te deshicieses de ella con tus argucias como hiciste con mi hijo Polifemo? No podrás decir que esta vez no he estado a la altura de tu inteligencia, Odiseo. Si quieres matar a mi bestia tendrás que matarte a ti mismo, y si no lo haces, ella lo hará por ti, poco a poco, desde tu interior.
– Es un simple tatuaje, no me da miedo.
– Observa.
De repente, el dibujo cobró vida. Las diez patas del crustáceo se animaron y el animal desapareció. Ulises, que lo contemplaba aterrorizado, sintió que aquella bestia pequeña se sumergía en su carne.
– El camino del héroe termina en su interior. Bonito epitafio para Odiseo. – Las carcajadas de Poseidón tronaron en la mente de Ulises.
Una ola gigante se acercaba a la playa, Poseidón se adentró en el mar para recibirla con los brazos abiertos. Ulises reaccionó a tiempo para correr hacia la ladera y conseguir evitar por muy poco de que la fuerza de la ola le aplastase contra las rocas. El héroe y el pescador volvieron a la cabaña en el cuerpo de un mortal asustado. Por suerte, su mujer ya dormía. Ulises se quedó junto al hogar, observando el crepitar de la madera al ser devorada por el fuego ¿Estaría ya el cangrejo devorándole por dentro? ¿Cómo podía combatirlo? Ulises pensó durante horas, hasta el alba. En sus pensamientos no encontraba la forma de derrotar a Carcinos sin derrotarse a sí mismo. Solo halló una posibilidad: que Carcinos abandonase su cuerpo. Y en su corazón se formó una esperanza.
A partir de aquel día, Ulises regresó cada noche a aquella playa, se adentraba en el mar sabiendo que este no le atacaría, la venganza ya se había ejecutado, por lo que Ulises no tenía nada más que temer. Ulises se quedaba flotando, meciéndose boca arriba sobre las aguas, con sus ojos observando el cielo con anhelo. «Debe ser bonito estar allí, ojalá ese sea mi próximo destino». Noche tras noche, durante muchos meses, incluso lloviendo o nevando, Ulises realizaba el mismo ritual. Su mujer, a veces, lo observaba desde lo alto, pensando que su marido se había vuelto loco y se había enamorado de las estrellas. La verdad es que Ulises siempre había estado un poco loco, o quizás loco por completo, gracias a ello había sobrevivido a más de una aventura.
Una noche, Ulises se introdujo en el mar de nuevo y al contemplar las estrellas mientras flotaba, se dio cuenta de que el hueco en el cielo había sido ocupado otra vez por Carcinos. Una sonrisa se dibujó en su boca. Nadó lo más rápido que pudo para salir del mar, subió la ladera, despertó a su mujer y le dijo que se vistiera porque se marchaban de aquel lugar. Tenían que alejarse del mar lo más pronto posible. Poseidón no tardaría en darse cuenta de que Ulises había engañado a Carcinos convenciéndole de que la bóveda celeste era mucho mejor lugar para vivir que el cuerpo de un mortal. Entonces, Poseidón volvería a perseguirle, pero Ulises ya estaría lejos.