Si me pudieras ver en este momento te preguntarías “¿Qué narices hace este tipo a todo gas con su Harley, en medio de un desierto en una noche sin luna, perseguido por un millón de criaturas infernales? ¿Y cómo puede estar tan tranquilo? ¡Si parece que disfrute!”. Pues no, no estoy disfrutando, estoy cagado porque no sé dónde voy, solo sé dónde no quiero volver, y si me pilla esa horda que me persigue, no es que esté muerto, estaré jodido, muy jodido. ¿Y por qué? Pues te lo voy a explicar mientras conduzco como un suicida por esta carretera oscura, llena de baches traicioneros.
Todo empezó en un garito donde acababa de tocar con los Sin City, el grupo cover de AC/DC con el que me lo paso bien y gano unos dinerillos. Yo soy el cantante, Frank, encantado de conocerte aunque sea en esta situación tan chunga. Pero antes de continuar, te voy a preguntar algo: ¿Qué pensarías si vieses un fantasma? ¿Que nunca has visto ninguno? Pues te diré yo lo que ocurre.
Lo primero que se te pasa por la cabeza es, “¡Joder, qué mal estoy!”. Sí, así es, le echas la culpa al alcohol –aunque bebas poco para cuidar la voz-, a las drogas –aunque la única que te metas sea ibuprofeno por un tubo-, al calor dentro del garito o a que el tarro ya no está para tanto ajetreo. Piensas que quizás es el momento de dejar el rock y pasarte a los boleros -ni de coña-. Entonces te aproximas un poco más a aquella mesa oculta entre sombras de las miradas indiscretas. Te acercas y curioseas porque tu salud mental está en juego. Tus ojos se esfuerzan por dar una explicación física que no llega, y después de un par de minutos de observación asumes que realmente estás viendo un fantasma. Lleva la misma chaqueta tejana y el mismo pelo rizado y negro como el carbón que cuando estaba vivo. Por no hablar de esa mirada de loco, que parece que los ojos se le van a salir de las cuencas. También te preguntas cómo es que no está podrido después de casi cuarenta años en el hoyo. Obsesionado, al final haces la prueba del algodón: te paras delante del tal espíritu y le preguntas directamente para salir de dudas.
– ¿Quién coño eres?
Su sonrisa de loco te confirma que delante de tus narices tienes al fantasma de Bon Scott, el que fuera cantante de AC/DC, hasta que falleció ahogado con su propio vómito en una fría noche de febrero de mil novecientos ochenta – lo podéis consultar en la wikipedia como he hecho yo-.
– ¿Un trago?
– ¿Cómo es que hablas mi idioma?
– Los espíritus no hablamos, no lo necesitamos.
– ¿Qué haces aquí?
– ¡Guapa, tráeme un par de vasos de Old Jameson! ¿Te gusta el whiskey irlandés, Frank?
– ¿Sabes mi nombre?
– En mi mundo nos aburrimos mucho, Frank, así que curioseamos en vuestras vidas. Lo sé todo sobre ti, amigo. Por supuesto, también sé que suplantas mi identidad. No, no creas que he venido a reclamarte derechos de autor o mierdas parecidas, total, yo ya estoy muerto, ¿no? ¡Venga, no pongas esa cara! ¡Es broma! ¡Te estoy vacilando! Estoy en tu mente, tío, por eso no puedes tener secretos para mí.
– ¿Eres mi subconsciente? ¿Esto es un sueño?
– Es más complicado, soy un fantasma que se te presenta en una especie de sueño pero de consecuencias muy reales. Algo así como las pesadillas de Freddy Krueger.
– ¿A qué te refieres? ¿Qué va a suceder?
– Mira Frank, tú y yo sabemos que me debes un favor, un gran favor, ¿verdad? ¿Qué sería de tu vida si yo no me hubiese cruzado en tu camino? Sí, lo sé, también le debes algo al cachondo de Vince, pero tu grupo de tributo a mi persona, Sin City, es mucho más importante que tu “parodia” de Motley Crüe, por cierto, ¿cómo se llama? ¿Doctor Crüe? No digas que no tengo razón. Por lo tanto, lo mires como lo mires, me debes un favor.
– Y suponiendo que tengas razón, querrás que te lo agradezca de alguna forma, ¿no? ¿Qué quieres? ¿Una misa de réquiem?
– Sabía que eras un cachondo pero me estás sorprendiendo con tu chispa. Yo también soy muy divertido, o eso decían de mí, me encanta reír. ¿Una misa? Sí, se podría decir que en cierto modo has acertado. Una misa de rockeros, un concierto.
– ¿Quieres que el grupo te dedique un concierto?
– No, quiero que tú actúes en un festival. El grupo te lo pongo yo.
– ¿Qué festival?
Justo en ese momento llegan los whiskeys, servidos en bandeja por una camarera de escote amplio, falda corta y extremidades largas como los solos de Yngwie Malmsteen. Bon echa un vistazo lascivo al trasero de la chica al marcharse y a continuación levanta su vaso para brindar.
– ¡Por nuestro trato!
– ¡Si aún no me has explicado nada! –replico-.
– ¿Qué más quieres saber? – me pregunta con un gesto de cansancio.
– ¿Qué festival es ese?
– Un festival en el Infierno. Una especie de concurso anual de músicos de tributo.
– ¿Para qué quieres que cante por ti?
– Porque el que gana consigue para su representante un premio.
– ¿Tu eres mi representante?
– Exacto
– ¿Y cuál es ese premio?
– Eso a ti no te incumbe.
– ¿Y yo qué gano?
– Mi inestimable ayuda.
– ¿Para qué?
– Para alcanzar la fama.
– ¿Y si pierdo?
– No perderás.
– ¿A qué te refieres?
– Confía en mí, sé que vamos a ganar. Y si por alguna razón improbable perdieses, bueno, te devuelvo a tu mundo y tan contentos. Te llevarías la experiencia de haber cantando para miles de almas en el Infierno.
– Viéndolo así…
– ¿Entonces, qué? ¿Brindamos?
– ¡Salud!
Apuro el trago con los ojos cerrados. Cuando los abro, Bon Scott, bueno, su fantasma, ha desaparecido. Me levanto para irme pero una mano sobre mi hombro me obliga a permanecer sentado. Se trata de una chica guapísima de unos veinte años, con el estilo glamouroso de los ochenta. Ya sabéis, pantalones ajustados, melena rubia de leona y un chaleco de cuero muy molón.
– ¿Qué quería el viejo? – me pregunta sin preámbulo alguno.
– ¿Bon?
– ¿Qué quería?
– Que cante para él en un concierto.
– ¿Y lo vas a hacer?
– Aún no sé cuándo será.
– ¿Y puedo convencerte para que cantes por mi?
– ¿Qué pasa hoy? ¿Quién eres tú?
– Alguien que te necesita. Me gustaría que cantases un par de canciones de Motley Crüe en ese festival.
– No puedo, no rompo pactos y menos con el fantasma de Bon Scott.
– ¡Tú no lo entiendes! ¡Él no lo necesita tanto como yo!
– ¿Necesitar qué?
– ¿No te ha dicho cuál es el premio?
– No.
Suspira y toma aire para hablar. Mientras tanto, yo me pregunto de dónde ha salido este ángel.
– Cada año terminado en seis se hace este festival, el sexto día del sexto mes. Al que gana le conceden un día para regresar al mundo de los vivos. Te dan veinticuatro horas para emborracharte, para divertirte, para amar o matar, para lo que quieras.
– ¿Y por qué lo necesitas más que él?
– Porque él ya ganó en otra ocasión..
– Aún así no puedo ayudarte.
– Sí que puedes. Si no puedes cantar, al menos déjame los Doctor Crüe.
– Por mí de acuerdo, no soy su dueño. ¿Pero qué harás sin cantante?
– De eso no te preocupes. Debemos marchar ya.
– ¿Dónde?
– Al festival.
– ¿Ya? ¿No quieres tomar una copa, antes?
– No hay tiempo. Sígueme.
Le sigo entre la multitud que se aglomera en la pista. En el escenario, está actuando un grupo cover de The Police, creo que se llaman Masoko Tanga, no lo hacen nada mal aunque las pelucas rubias les da un cierto tono cómico que desvirtúa su calidad real. Su versión de So Lonely es muy buena. La gente comienza a saltar y gritar el estribillo de manera salvaje, me tengo que abrir paso a codazos. Sin embargo la chica esquiva con gran agilidad todos los obstáculos que se encuentra. Me cuesta seguirle. Al final salgo del garito, la chica me espera subida a mi Harley. A mi mente, embotada por un simple trago de whiskey, le cuesta procesar la información. Ella se baja de la moto y me indica que monte yo.
– Sigue ese camino. Yo tengo que ir a seleccionar el personal. Nos vemos al final de la carretera.
Hago lo que me dice, aunque no tengo claro por qué. No recuerdo haber bebido tanto como para sentirme tan confuso. Ni siquiera sé por qué cojo la moto en este estado, es peligroso. Me subo a la burra y tiro millas por la carretera tal y como me ha ordenado la chica misteriosa. Es todo desierto, y donde acaba este solo hay oscuridad. Tras lo que me parecen varias horas conduciendo, miro la aguja del depósito, no ha bajado desde que salí del garito ¿Cómo es posible? Debería estar casi vacío. Sigo conduciendo sin cruzarme con gasolineras, vehículos, viviendas o personas. Siempre el mismo desierto, los mismos cactus, las mismas montañas peladas pero nada más. De repente me doy cuenta de que me fui del garito sin decir adiós a mis compañeros de Sin City, ¿estarán preocupados por mí?
En la lejanía aparece una muralla colosal que llega hasta la oscuridad del cielo. Recuerdo haber leído sobre ella en alguna parte. ¿Será posible realmente que haya llegado hasta las puertas del Infierno? ¿Cómo narices lo he hecho? Comienzan a abrirse cuando aún estoy a un par de kilómetros. El ruido que hacen es ensordecedor. En la misma boca del Averno -perdonadme el vocabulario romántico pero no podía aguantarme- me espera el bueno de Bon Scott. Aparco la Harley al lado de las puertas de la muralla. Bon me guía entre edificios grises en ruinas hasta lo que parece un inmenso anfiteatro. Accedemos a él y después de recorrer unos cuantos pasillos llegamos a un escenario tapado. Allí están mis colegas de Sin City esperando de pie, en silencio, con los ojos cerrados. Están aletargados, creería que están muertos si no fuese porque están de pie.
– ¿Cómo los has traído hasta aquí?
– No están aquí. Lo que ves son sus almas atrapadas en el sueño.
– ¿Y yo también estoy en un sueño?
– Ya te lo dije. Más o menos. Os toca salir a actuar.
– ¿Pero qué vamos a cantar?
– Whole lotta Rosie.
Se apagan las luces, se sube el telón y poco a poco tomo consciencia de dónde estoy. Realmente es un anfiteatro salido de una película de romanos o griegos clásicos. A la izquierda del escenario, en las primeras filas, hay sentados tres personajes que consigo identificar : John Bonham, Cliff Burton y Dimebag Darrell. A la derecha, justo el lado opuesto a estos, hay otros tres mártires célebres del rock duro: Ronnie dio, Phil Lynnot y Randy Rhoads. ¿Y en medio, qué hay? Pues allí hay una masa más oscura que la más oscura de las noches, de la que constantemente surgen rostros y extremidades gritando, empujando una membrana elástica irrompible, intentando en vano huir de la oscuridad que los contiene. No os podría decir el tamaño de ese ente, pequeño, grande, infinito. Una palabra le define: LEGIÓN.
De repente José despierta de su letargo y arranca uno de los riffs más famosos de Angus Young, y yo, en estado de trance, me dejo llevar y canto con toda mi alma «Wanna tell you story, about woman I know, When it comes to lovin’, She steals the show…«. De la masa oscura surgen miles de gargantas que gritan “Angus” “Angus” y yo me excito tanto que la piel de gallina se queda corta. Comienza el solo de guitarra de José y yo me pongo a su lado, vibrando con cada nota que me golpea como un martillo el yunque. «Whole lotta woman!, whole lotta woman!, whole lotta Rosie!«. Terminamos la canción en lo que dura un suspiro, se me ha hecho muy corta. Ha sido brutal. El telón se cierra y desde fuera llega una gran ovación que pronto es sustituida por el rasgar de otras cuerdas de acero. Es Motley Crüe, supongo que su cover, «Doctor Crüe». Maldita coincidencia. Las almas de Legión comienzan a corear un nombre «Skylar, Skylar». Skylar se llamaba la hija de Vince Neil, el cantante de Motley Crüe, la que murió de un cáncer a los cuatro años de edad. ¿Podría ser que…? ¿Pero por qué está en el Infierno? ¿Por eso quería competir? Se escuchan los acordes metaleros de «Kickstar My Heart» a todo trapo. Mi cuerpo vuelve a emocionarse al oír lo bien que suena esta canción con mi grupo, ahora dominado por la tremenda voz de esa chica. «Oh, yeah, Kick start my heart, hope it never stops, Ooh, yeah, beiiiiiby«. Tengo a Bon Scott a mi lado, observando mi reacción. Cómo me gustaría verlos, pero el telón se cerró y es como si estuviera en otra dimensión distinta.
– ¡Qué voz! ¿Verdad? – me dice el fantasma.
– ¿Es su hija?
– ¿La de Vince? , sí.
– ¿Pero cómo puede ser que haya crecido en el Infierno?
– No ha crecido, es lo que tú quieres que veas. En el mundo de los vivos confiáis plenamente en vuestro sentido de la vista, pero lo que tus ojos ven es manipulado por el cerebro. Ves lo que tu cerebro quiere que veas.
– ¿Sólo es una ilusión?
– Es real como la vida misma, o como la muerte, lo que tú prefieras. Pero cómo lo interpretas, es cosa tuya.
Termina la canción y Legión grita extasiado. Ahora les tocará a otro tributo, no sé si de Led Zeppelin o los Kiss. Al final, los seis espectadores repartidos por los laterales son el jurado. Ellos eligen los dos grupos cover que llegan a la final ¿Sabéis quienes son los escogidos? ¡Claro que sí! Skylar y yo, Doctor Crüe y Sin City. Cosas del destino.
– ¿Qué pasará con ellos si pierden? – le pregunto a Bon.
– Pues que se irán al infierno.
– Espero que en sentido figurado.
Me mira con esa sonrisa de loco que asusta mogollón. Me la ha metido doblada el muy cabrón.
– ¡Me dijiste que no me pasaría nada, que me devolverías a mi mundo!
– No fui del todo exacto. Quise decir que devolvería tu cuerpo físico. En el peor de los casos para que puedan darle sepultura.
– ¿Y mi alma?
– No vas a perder.
– ¿Y si pierde Skylar?
– Ella ya perdió.
– Déjame un momento.
– ¿Qué vas a hacer?
– Voy a hablar con Skylar.
– No es buena idea. Estará ensayando. Es lo que deberías hacer tú.
– Voy a verla.
Me adentro en un laberinto de pasillos oscuros, solo iluminados por antorchas. Me cuesta encontrarla pero al final encuentro una puerta y detrás de ella la oigo cantar. Parece que tararea una balada. Abro la puerta sin llamar, ella no se sorprende, sigue cantando. Reconozco la balada, es Heatbreak Station de Cinderella.
– Hola Skylar.
– Ya sabes quién soy.
– Necesito que me digas por qué participas.
– Ya te lo dije. No sé ni siquiera lo que es el amor, ni tampoco lo que es divertirse. Quiero poder saborearlo aunque solo sea un día. Y también quiero ver a mi padre, tomarme una cerveza con él. Decirle que no fue culpa suya.
– Ojalá ganes.
– El festival está amañado. ¿No te lo ha dicho tu amigo Bon?
– ¿A qué te refieres?
– ¿Acaso esperabas ver en el infierno un torneo limpio? Está tan amañado como en tu mundo, puede que más. Bon es amigo del jurado, de hecho, él ha sido jurado cuando no ha participado. Entre ellos se turnan para competir y ganar en cada ocasión.
– ¿Y por qué participas si sabes que vas a perder?
– Porque tengo la remota esperanza de que me ayudarás.
– ¿Cómo podría hacerlo?
– Lo sabes tan bien como yo.
– Sería mi condena.
– Solo te puedo dar un consejo: piensa que no es real.
Me da un abrazo y luego me empuja fuera de su camerino. ¿Y ese abrazo no era real? A mí me lo ha parecido. Cuando regreso junto a Bob a mi escenario, comienzo a escuchar los acordes al teclado de Ernesto, las primeras notas de «Home Sweet Home«. En ese momento, una voz de ángel hace callar a las almas en pena prisioneras en Legión. «You know I’am a dreamer…«. Miles de voces de ultratumba corean el estribillo como una única y terrorífica voz, pero a la vez conmovedora. Otra vez estoy con la piel de gallina y deseando salir al escenario para cantar. Una mano me agarra fuerte del brazo derecho.
– ¿Qué hacías en el camerino de Skylar?
– Me necesitas porque tú, como has sido jurado, no puedes participar directamente, ¿verdad? – contesto mientras me libero de él.
– Cuidado, Frank. Recuerda que hicimos un pacto. Nunca jodas a un fantasma. No lo olvides, Frank, no lo olvides.
– Descuida, Bon.
– Ahora saldréis a tocar Highway to Hell. Más te vale no dar la nota.
Doctor Crüe es despedido del escenario con una ovación, fuerte no, lo siguiente. Nos han puesto el listón muy alto. Salimos los Sin City a escena, mis compañeros de nuevo han tomado vida en el momento de entrar en el escenario. Pero antes de que José pueda tocar la primera nota de su guitarra, yo comienzo a cantar otra canción diferente.
«Somewhere a clock strikes midnight, and there’s a full moon in the sky…» Es Night Prowler, no sé por qué la canto, me sale del alma. Y entonces José me sigue con su guitarra. Nadie en el público se atreve a romper el silencio sepulcral que nos envuelve a los dos. «I’m your night prowler, asleep in the day, I’m your night prowler, get out of my way«. Mientras canto, pienso que el infierno es una mierda tan grande como el mundo de los mortales. «I’m your night prowler, when you…turn…out...», la música cesa porque yo he parado de cantar, de nuevo ese silencio sepulcral, pero ahora completo. «The lights» susurro, y salgo corriendo del escenario, del anfiteatro, de las murallas de esa ciudad maldita. No me detengo hasta llegar a mi Harley. Allí está Skylar, esperándome con una sonrisa de oreja a oreja. Me subo a la moto y salimos a toda leche por las puertas gigantes del Averno. Ha sido muy fácil…demasiado. Una tormenta de nubes negras nos persigue a gran velocidad. Es Legión, y sus almas gritan «Vuelve Frank, no nos abandones».
Y aquí estoy, huyendo como alma que persigue el Diablo, solo que el Diablo no existe como un ser único, si no que es un conglomerado de almas condenadas, millones de ellas que vuelan detrás de mí con un único objetivo, castigarme eternamente por mi osadía. Y el primero de todos, Bon Scott, al galope sobre una cabra negra tan grande como un caballo, ¿o quizás es un caballo con cuernos?. Lo observo por el retrovisor, alcanzándome a pesar de que yo ya no puedo darle más gas a mi Harley. Skylar, señala algo delante, en el camino. Bueno, señala nada, porque no hay nada. Es como una especie de barranco oscuro como un pozo sin fondo. Se acaba el desierto. ¿Qué hago? ¿Freno? ¿Salto?
– Skylar, ¿te acuerdas de «Thelma & Louise«?
– ¿Qué canción es esa?
– ¡Agárrate fuerte!
Saltamos al barranco de la nada. Caemos durante no sé cuánto tiempo. Minutos, horas, años. No lo sé.
Despierto en la habitación de un hospital. Una enfermera de unos doscientos años me está tomando el pulso.
– Señor Hinojosa, bienvenido al mundo de los vivos.
– ¿Qué hago aquí?
– Sufrió un coma etílico y sus amigos le han traído al hospital. Ha tenido mucha suerte.
– Yo no bebo apenas.
– Claro. Y yo soy la hermana gemela de Bo Derek.
– No me lo creo.
– ¿Verdad que no?
La enfermera marcha y yo, aburrido, echo un vistazo a mi habitación. Encima de la mesita hay unas flores, y entre ellas cuelga una foto. El esfuerzo para estirarme a cogerla me cuesta un latigazo de dolor en las costillas. La observo. Es una foto de Vince Neil junto a la Skylar que yo conocí en el infierno. Parecen contentos, como si ignoraran que el Diablo no les va a dejar vivir tranquilos. Joder Skylar, al menos me podías haber dejado una caja de bombones.
Por mi parte, me toca esperar aquí estirado a dos visitas más: Primero a mi chica y luego…al bueno de Bon.