«Sois como dos gotas de agua», dijo él. «Y a la vez, tan diferentes…», añadió.
-¿A quién te refieres? – preguntó Mirjana desconcertada- ¿A quién me parezco?
Se habían conocido antes de la medianoche de un treinta de mayo en la discoteca Zvezda, en pleno centro de Belgrado. Él aparentaba haber alcanzado los cuarenta en buena forma. Ella arañaba la veintena, joven universitaria celebrando una fiesta con la que financiar el viaje del cercano final de curso. Mirjana se sintió atraída por aquel extraño que destacaba entre tanto joven en la edad del pavo. Elegante, con la cabeza rapada al cero y un rostro adusto de mandíbula prominente, aquella versión de Jason Statham no le había quitado ojo desde que ella entrase en la disco. Esa noche, ella tenia planeado liarse con Sasha, un compañero de clase con el que tonteaba a menudo. Su amigo tendría que esperar, este misterioso personaje era prioritario.
Mirjana le sonrió. Él pidió dos bebidas en la barra y con ellas en sus manos se acercó a la joven. Él le preguntó por la universidad, ella indagó si tenía familia tras observar que no llevaba anillo. «En otro tiempo, en otro mundo», contestó él. Esa frase misteriosa acabó de cautivar a la joven serbia. Abandonaron la fiesta de manera discreta. Durante unas horas, él absorbió la energía de Mirjana: su alegría, su juventud, su pasión. Y después se marchó. Mirjana no volvió a verle jamás. Ni siquiera llegó a saber su nombre.
Ram aprovechó que Mirjana dormía relajada para vestirse y activar el aparato de teletransporte interdimensional. Cinco minutos después, aquel hombre misterioso estaba de vuelta en su estudio, en un mundo muy diferente al que había visitado esa misma noche. Observó las imágenes que se mostraban en forma de holografías, colgadas del vacío en la habitación. Una de ellas reflejaba la persona de Mirjana. El resto de imágenes mostraban otras mujeres, de diferentes planetas y épocas, muy parecidas físicamente a la joven de la Tierra del siglo XXI. Desactivó el visor holográfico y la habitación quedó prácticamente a oscuras. A una señal telepática se abrió la compuerta de la sala. Ram hubiese podido teletransportarse hasta la cocina, pero nunca le había gustado presentarse de forma tan repentina delante de su esposa. Le parecía una falta de respeto. Al oír los pasos de su marido, Dax se giró. Estaba colgando del invisible asiento no-gravitacional, con una copa de zumo de fruta fermentada.
«Como dos gotas de agua, pero a la vez, tan diferentes», pensó Ram. Su mujer era clavada a Mirjana, pero en una versión más madura y también más relajada, segura de sí misma.
– ¿Qué tal te fue en tu viaje? ¿Conseguiste lo que buscabas? – preguntó ella, con tono pícaro.
– Sí, me fue muy bien. ¿ Y a ti?
– ¡Bah! No consigo verle la gracia a los viajes de satisfacción sexual, es decepcionante que te aplique capacidad de seducción sin que tú lo pidas. Además, no he sido capaz de mejorar lo que tengo en casa – añadió con una sonrisa burlona -.
– Gracias, cariño. A mi me pasa algo parecido.
Ram nunca se lo había confesado. Él no sabía qué pensaría su esposa si ella descubriera lo que buscaba su marido en sus viajes sexuales por otras dimensiones. Por esa razón, por miedo, él jamás se había atrevido a explicarle que solo se acostaba con otras versiones de ella. Quizás Dax pensaría que su marido era un loco obsesivo. Tal vez se preguntaría qué busca en sus otros «yo» que ella no es capaz de darle. No, mejor no decirle nada y guardarse el secreto para él.
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